Sucedió hace unos días a la entrada de un supermercado. Protegida por la consabida mascarilla, que acentuaba la angustia en su mirada, una mujer me lanzó con voz quebrada lo que resultó ser un ruego o una admonición, más que una simple pregunta: ¿Nos van a ayudar a salir de ésta, verdad?


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Enseguida intuí que la atribulada señora no se dirigía tanto a mí, como a cualquier otro representante público de los que aparecemos a diario en los medios de comunicación, creyendo tener el supuesto bálsamo de Fierabrás, que cura todos los males.

Lo que necesitaba era una respuesta y la mía saltó como un resorte de sincera convicción: Cuente usted con ello, le dije. Y de la misma manera que la buena mujer vio en mí el posible alivio para sus temores, yo vi en ella a la mujer de cualquier padre de familia ingresado en la UCI de un hospital, o a la madre de un hijo atrapado por un Erte de la noche a la mañana.

Confieso que nunca hasta ese momento había percibido con tanta nitidez que de nada sirve todo lo que la clase política haga desde las instituciones, si nuestro principal objetivo no es ser útiles a los ciudadanos a los que servimos.

Anteponer el interés general de tus compatriotas a cualquier veleidad personal, por legitima que sea, o a la frialdad de un tentador cálculo electoralista, no debería ser una opción, sino un deber ineludible en cualquier circunstancia; sobre todo cuando la circunstancia es tan excepcional como la que nos está tocando vivir.

Los prejuicios, los corsés ideológicos y ese afán imposible por tratar de contentar a todo el mundo, aun sabiendo que esa es sin duda la mejor manera de no contentar a nadie, deberían quedar para siempre fuera de la órbita en la que nos movemos quienes hemos recibido el encargo de adoptar y ejecutar decisiones, pensando exclusivamente en el bien común.

«Anteponer el interés general a cualquier veleidad personal o a la frialdad de un tentador cálculo electoralista, no debería ser una opción, sino un deber»

Jamás he entendido esa norma no escrita que lleva a los partidos de la oposición a elaborar su estrategia, a partir de un principio, según el cual, cuanto peor le va al que gobierna, mejor le va a quien pretende gobernar.

En tiempos de pandemia, tenemos por delante un reto y una oportunidad. El reto sigue siendo salvar vidas, empleos y familias. La oportunidad es la que ahora se nos brinda -quién sabe si habrá otra- de dejar a un lado esa absurda y perniciosa dinámica de bloques, que azuza a los viejos demonios de la España de rojos y azules. Seamos valientes y hagamos lo que la calle nos pide. Tratemos de mover entre todos esta pesada carga, desde el punto de equilibrio situado en la centralidad.

Hacen falta más que nunca personas que aspiren a ser útiles, no importantes. Desde esa perspectiva, supone un privilegio pertenecer a un partido político como Ciudadanos, cuyo principal objetivo es ser una herramienta -palanca, no bisagra- al servicio de la sociedad y del interés general de los españoles; entre ellos, esa buena mujer que me habló en el supermercado y a la que, por supuesto, tampoco vamos a dejar atrás.

*Daniel Pérez Calvo es Portavoz de Ciudadanos en las Cortes de Aragón