Hoy me he levantado con mal cuerpo. No porque sea un patriota defensor de mi bandera y mis fronteras y ambas hayan sido atacadas, sino porque sencillamente soy un ciudadano que, esté de acuerdo o no con ellas, cumplo con las leyes y éstas hoy no parecen tener valor.

Ayer el grado de delincuencia iniciado hace días llegó a hacerse insoportable. Sí, digo delincuencia, porque la prevaricación, la malversación, la desobediencia judicial, la sedición, los desórdenes públicos, etc, no son opciones políticas ni medios de presión; son delitos.

Como también lo es, la omisión del deber de perseguir esos delitos. Que un funcionario, léase mosso, a quien los ciudadanos le damos la nómina y la autoridad, mire para otro lado cuando se comete un delito, es además de otro delito, sencillamente repugnante.

«La prevaricación, la malversación, la desobediencia judicial, la sedición, los desórdenes públicos, etc, no son opciones políticas ni medios de presión; son delitos»

Como también lo es el falso relato que nos van inoculando. Un relato basado en eslóganes, imágenes y cortes de vídeo seleccionados perversamente, en el que los que originan el conflicto se hacen llamar víctimas, en el que los que provocan el uso de la fuerza llaman violentos a quienes pretenden hacer cumplir la Ley, un relato en el que los golpistas presumen de demócratas.

Un relato con el que algunos pretenden justificar su asalto al Estado, conseguir su independencia, o, como logro menor, abrir la puerta a un diálogo, seguramente provechoso; lo saben por experiencia.

Y el apaciguamiento que inspira la vida política nos hace creer en la bondad del diálogo. Es lo que se lleva. Desde Sánchez hasta Iglesias, en tertulias, cortes de telediario, mítines o desayunos en el Ritz, la izquierda se pone estupenda clamando al diálogo, nuevo mantra del postureo político, argumento comodín cuando no se tiene ninguna propuesta.

Sin embargo, en la llamada al diálogo subyacen tres ideas que no deben confundirnos: que no existía, que ahora es posible y que puede ser la solución. Y en este caso, lamentablemente, las tres son falsas.

Primero, porque el diálogo es una actitud, implica una obligación de hacer no de resultado. La falta de acuerdo no significa que no se haya intentado. ¿Alguien puede pensar que un gobierno, sea del PP o del PSOE, no dialoga con los independentistas?

«La izquierda se pone estupenda clamando al diálogo, nuevo mantra del postureo político, argumento comodín cuando no se tiene ninguna propuesta»

Segundo, porque puede dialogarse si ambas partes están verdaderamente dispuestas a ello y libres de amenazas o extorsiones. No puede dialogarse si un interlocutor desprecia las reglas básicas del juego, si ignora la división de poderes y llama a la insurrección popular. No puede dialogarse, en fin, cuando el provecho de ese diálogo valide que el fin haya justificado los medios.

Y tercero, porque todo lo más que ha demostrado el diálogo en este tema es que puede posponerse el problema pero no resolverse.

Ya decía Ortega en 1932 que el problema catalán «es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar«.

Y añadía «frente a ese sentimiento de una Cataluña que no se siente española, existe el otro sentimiento de todos los demás españoles que sienten a Cataluña como un ingrediente y trozo esencial de España, de esa gran unidad histórica, de esa radical comunidad de destino, de esfuerzos, de penas, de ilusiones, de intereses, de esplendor y de miseria, a la cual tienen puesta todos esos españoles inexorablemente su emoción y su voluntad».

«Si el sentimiento de los unos es respetable, no lo es menos el de los otros, y como son dos tendencias perfectamente antagónicas, no comprendo que nadie, en sus cabales, logre creer que problema de tal condición puede ser resuelto de una vez para siempre. Pretenderlo sería la mayor insensatez, sería llevarlo al extremo del paroxismo, sería como multiplicarlo por su propia cifra; sería, en suma hacerlo más insoluble que nunca».

Así que basta ya de postureo, de mentiras y cortes de video. Primero la Ley, su cumplimiento, su reparación y su sanción y luego ya vendrá el diálogo. Eso es democracia, hacerlo al revés oportunismo.