Desde hace unos años, se percibe en la sociedad una polarización extrema. En la Europa continental, se ha fraguado en el resurgimiento de movimientos de extrema derecha que abogan mayoritariamente por la expulsión de inmigrantes y el cierre de fronteras. Craso error en el cual, afortunadamente, no hemos caído en España. Aunque el descontento generalizado de los últimos años haya acelerado la irrupción de nuevos actores políticos como Podemos o Ciudadanos, ambos con un corte más democrático que la extrema derecha.

Todos esos movimientos tienen un alto componente de comunicación orientada al cambio. Y se caracterizan por su capacidad de crear ejes de pensamiento en dimensiones diferentes a la habitual. Por ejemplo, en política hemos conocido un tradicional eje izquierda-derecha. Sin embargo, Pablo Iglesias definió magistralmente una estrategia a través de otro eje, transversal a izquierda-derecha: los de arriba y los de abajo. Cualquier persona con un perfil progresista, liberal o conservador podía canalizar su indignación sintiendo que su precariedad y sus condiciones laborales son debidas a que “es de abajo”, frente a las élites privilegiadas de arriba.

Los ejes divisores ayudan sutilmente a posicionar y posicionarnos, generando la adhesión a tus ideas, pero también la división necesaria en otros casos. El sistema, como los partidos políticos, también demuestra que pueden utilizar estos ejes para generar la desmembración que necesita para gestionar el poder creciente de una oposición unida. Divide y vencerás, proclamaba Julio César en sus campañas.

De un tiempo a esta parte, hemos asistido recientemente a la creación de dos buenos ejemplos de ejes divisores que condicionan un escenario. El primero de ellos, el debate de la jornada continua en Aragón y, especialmente, en Zaragoza por su volumen de población. Docentes que demandan una jornada que acumule las clases agrupadas en horario de mañana y que les permita conciliar, mientras se enfrentan a asociaciones de madres y padres de alumnos que no pueden atender a sus hijos por sus horarios laborales.

Curiosamente, cuando más fuerte era la comunidad educativa y sus mareas, cuando mejor se entendían los padres y los docentes, aparece un elemento disruptor que dinamita esas buenas relaciones y añade un punto de tensión que genera la discrepancia necesaria. El debate vira sutilmente hacia esta cuestión de forma, en vez de mantenerse en cuestiones de fondo como la calidad educativa, los idiomas o la formación continua de docentes.

En otra escala tenemos el debate de la gestación subrogada, también conocido como vientre de alquiler. Curiosamente, aquí el eje de división aparece entre sectores tradicionalmente alineados, como el colectivo gay y el feminismo.

Estas últimas, acérrimas detractoras porque entienden que esa práctica supone utilizar a la mujer, que no se deberían alquilar o comprar de manera total o parcial un útero. Sin embargo, un sueño hecho realidad para el colectivo gay, que encuentra una manera de tener hijos biológicos propios.

Como dice el maestro Benjamín Prado, no hay palabras más alejadas que “ellos” y “nosotros”. Independientemente de nuestra opinión personal en cada tema, podemos creer que son demandas de la sociedad y que, por ese motivo, aparecen de repente en el debate público. Pero hace tiempo que dejé de creer en situaciones fortuitas o casualidades inocentes.