Pedro Santisteve invita a café. En un formato círculo, flanqueado por la vicealcaldesa Luisa Broto y sin manejar una sonrisa forzada, el alcalde de Zaragoza empatiza. Es calle. Es gente. Es Pedro.

En su estrenado formato ‘Un café con el alcalde’, en el día de ayer, en el Centro Cívico del populoso barrio de Torrero, Santisteve se enfrentaba a los vecinos sobre los problemas de la ciudad. Y sorprende, en mi credulidad, que haya vida más allá del Pressing Catch’ del Ayuntamiento de Zaragoza.

La mierda de los perros preocupa, y mucho. E incluso el ruido de las palomas en algún alféizar de la calle Loarre es motivo de debate. También hay tiempo para charrar sobre el polémico ICA o la densidad de tráfico en el barrio por el atractivo Puerto Venecia.

«Sorprende que haya vida más allá del Pressing Catch’ del Ayuntamiento de Zaragoza»

Claro, que Pedro no sólo escuchó a los vecinos de Torrero -cerca de 200- sino que también habló, criticó y sacudió.

«Han sido dos años y medio complicados», explicaba Pedro. Y a su entender, la crispación política se debe a que «el bipartidismo no consiente que nos plantáramos en la alcaldía«. Sin deslizar ni una sola autocrítica, apuntó: «Se ha percibido mucho humo y crispación en los medios».

Sin embargo, la crispación política -y mediática- vivida durante su travesía política no le afecta en exceso al alcalde Santisteve.

«Estoy encantado, y aprendo a querer más a la ciudad», le decía Pedro a Martín, un chaval del barrio que rozaba la adolescencia. Porque Martín tenía una duda: ¿Cómo ha llegado a ser alcalde?

Y claro, las respuestas son múltiples, y en contextos diversos, e incluso se puede tratar con el tono sarcástico de la oposición.

«Martín tenía una duda: ¿Cómo ha llegado a ser alcalde?»

Pedro, que regresaba al barrio donde guarda el recuerdo de visitar a su tía abuela en la calle Venecia, volvía a empatizar.

«Nunca me planteé ser alcalde. Siempre fui crítico con las instituciones. Empecé en asociaciones de barrio, en el tejido social y en la ayuda a personas en privación de libertad. Y llegué a la primera fila». Martín, que seguro que no entiende ni los experimentos de El Hormiguero, escuchaba con atención las palabrejas del alcalde.

El círculo formado estimulaba, quizá por el café, o porque Pedro regresaba al inicio. Esas asambleas de 2015 con preguntas aleatorias sobre el día a día. Sobre la vida del barrio. Sobre el qué hacer.

Y es que, más allá del ruído que destilan las paredes del consistorio, lejos de los prejuicios ideológicos de unos y de otros, o puesto hasta arriba de café, uno abraza a su ciudad cuando charla con sus vecinos.

La ciudad de las cosas sencillas. La del autobús que nunca para por exceso de viajeros, la del viandante quejoso con las baldosas o de la mierda de perro en el lugar menos indicado.

«Más allá del ruído que destilan las paredes del consistorio, uno abraza a su ciudad cuando charla con sus vecinos»

Y es que el café estimula el sistema nervioso para producir cambios en la percepción o en el ánimo. En alguien, o en todo. Y Pedro necesita cafeína. Mucha. Porque más allá de las paredes de la casa consistorial hay una ciudad que quiere ser escuchada.

El café puede ser el antídoto necesario para estimular a un alcalde odiado por la oposición, con las encuestas en contra y con un gobierno plural. Y con un 2018 que promete ser de órdago.