El Valle de Benasque, en Huesca, goza de una belleza indescriptible y de una singular casuística geográfica, cultural y etnológica, que lo han convertido desde ni se sabe en oscuro objeto de deseo entre aquellos que dibujan sobre el papel y taladran en sus mentes esa entelequia que llaman Païssos Catalans.

Su ubicación en la frontera con Lérida, pared con pared con otro maravilloso enclave como es el Valle de Arán ha sido de siempre la excusa perfecta para apuntar hacia la Ribagorza aragonesa como tierra irredenta, pendiente de reconquista, como si alguna vez les hubiese pertenecido.


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Cierto es que en Benasque, Sahún, Eriste, Chía, Vilanova o en los preciosos pueblecitos del Solano se habla el patués: una lengua autóctona -como pueden serlo el chistavín o el aranés- que, sin ser catalán, tiene sin duda reminiscencias de ese idioma, como las tiene del español o del francés; todas ellas lenguas vecinas y latinas, en definitiva.

Ese hecho ‘diferencial’ ha resultado de nuevo determinante a la hora de barrer para casa por parte del nacionalismo más atávico, xenófobo, excluyente y visceral; ese que ha derivado en Cataluña en la cochambre independentista que ahora padecemos.

Al igual que el Bajo Cinca, la Ribagorza oscense lleva ya mucho tiempo en el punto de mira de los anexionistas; y con ella -por supuesto- el Aneto, cuya cruz pintada de amarillo, no sólo obedece al afán de extender la soflama ‘indepe’ allende las tierras de Lérida, sino también al indisimulado afán de incluir al guardián de los Pirineos entre los picos más señeros de la orografía catalana.

«Al igual que el Bajo Cinca, la Ribagorza oscense lleva ya mucho tiempo en el punto de mira de los anexionistas; y con ella -por supuesto- el Aneto»

No ha sido esta la primera vez, ni será la última.

Ya en agosto de 1999, el entonces presidente de la Generalidad, Jordi Pujol, disolvió el parlamento y convocó elecciones desde esa cumbre, a la cual no se sabe muy bien si llegó en helicóptero o sorteando el temido paso de Mahoma.

Pudo quedarse en casa y elegir el Puigmal, Montserrat o el Matagalls, pero optó por el Aneto -nuestro Aneto- como si el todavía ‘muy honorable’ quisiera matar dos pájaros de un tiro e incluir de rondón un mensaje electoralista en lo que sólo debía ser un trámite electoral, no exento de provocadora impostura.


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Antes y después de aquel gesto imperialista a 3.404 metros de altitud hemos visto el Aneto y sus aledaños ubicados en territorio ilerdense, tanto en webs turísticas de la Generalidad, como en la sección del tiempo de TV3 o, lo que es peor, en los libros de texto con los que se adoctrina, más que alecciona, a los niños catalanes o emigrados a Cataluña, para que identifiquen la cima más alta del Pirineo, no como una joya de la Corona de Aragón, sino de la corona catalano-aragonesa.

«Hemos visto el Aneto y sus aledaños ubicados en territorio ilerdense, tanto en webs turísticas de la Generalidad, como en la sección del tiempo de TV3″

Desconozco si es el tamaño lo que les impresiona. En realidad, debería ser un psicoanalista quien tratara de averiguar el porqué de esa secular fijación; pero mucho me temo que por más que la fe mueva montañas, el Aneto no se mueve de donde está.

Claro que siempre les quedará la opción, a modo de placebo, de llenar el carrito del supermercado con unos cuantos ‘bricks’ del caldo que lleva por nombre el de nuestro ‘tresmil’ más codiciado y emblemático. El de pollo, por cierto, se envasa -no se quejarán- en cartón amarillo.

*Daniel Pérez Calvo es periodista