Seguro que muchos habrán visto la genial película de Luis Buñuel. La idea resulta tan fascinante como absurda. Un grupo de aristócratas se reúnen en el palacete de un amigo, pero terminado el banquete, son incapaces de salir de la casa, sin que haya ninguna razón lógica que lo impida. Un confinamiento surrealista.


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Recordarán la escena repetida de la salida de la opera. Un error de montaje, que nos recuerda el eterno retorno de lo mismo. En estos días de la marmota, nunca ha tenido más sentido. Dos meses haciendo lo mismo, rodeado de las mismas personas y entre las mismas cuatro paredes. Permítanme el spoiler, acaban todos muertos por inanición.

Y en eso anda el gobierno, evitar “matarnos de hambre” sin que surjan repuntes del dichoso virus.

Y se les ha ocurrido un neologismo bastante absurdo para denominar la solución, “desescalada”, a sumar a las nuevas expresiones lingüísticas usadas durante la pandemia, como la “nueva normalidad”, que suena peor y asusta más que el COVID-19.

Y ahí andamos, entre niños monoparentales, abuelos solitarios y perritos con problemas de vejiga. Fases, horarios, distancias, normas. La pasión por regularlo todo. A los gobiernos de ciertas ideologías se acostumbran con facilidad a imponer reglas para todo, siempre desde su supuesta superioridad moral, y para desgracia de la libertad individual.

Pero el gobierno no está solo para lidiar este toro, han elegido a su cuadrilla; un “comité de expertos”, dieciocho burócratas que siempre han toreado de rodillas. Ni un sólo profesional, tan sólo dos economistas que carecen de experiencia en el sector privado y de prestigio entre sus colegas. Con este cartel, si llegamos en condiciones al segundo tercio, será un milagro.

«Hay que picar» gritan desde el twitendido, pero este gobierno no respeta al aficionado.

Prefieren las medidas populistas, la compra de votos a costa del contribuyente, darle pan al flautista a cambio de quitárselo al currante. Aprovechar el estado de alarma para seguir fomentando chiringuitos y empadronamientos varios. Lo mío es mío y lo tuyo también. Una máxima muy libertaria. Si la “desescalada¨ termina en batacazo, es lo de menos.

Un ‘comité de expertos’, dieciocho burócratas que siempre han toreado de rodillas. Ni un sólo profesional con experiencia en el sector privado»

A este ritmo, dónde algunos ven luz al final del túnel, otros divisamos hombres de negro esperándonos antes de poder alcanzar la salida. Tal vez sea la única opción. Manías del mercado, no puedes comprar sin pasar por caja, ni pedir prestamos sin devolverlos. En todo caso, podrás engañar una vez, pero la siguiente no tendrás opción. Cuestión de confianza.

Habrá más pandemias, de eso no hay duda, es lógico en un mundo cada vez más global y comunicado, de grandes urbes con poco espacio, y con gustos culinarios peculiares, y por lo visto arriesgados.


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Cada organismo busca su supervivencia, los virus no son una excepción. Puede que el próximo “bicho” que nos toque lidiar sea más mortal que éste. Esperemos haber aprendido la lección, dejemos a un lado nuestro “buenismo acomplejado” y sepamos actuar a tiempo. Aunque a día de hoy, resulte difícil creer en nuestras capacidades, viendo el nivel del Congreso.

Volviendo a la obra maestra de Don Luis, cabe recordar la última secuencia. Un rebaño de ovejas pastando junto a una iglesia. A los espíritus críticos como Buñuel, nunca les gustaron los poderosos.

En la actualidad el poder no está en manos del clero, si no de los Estados. Así habló Zaratustra: “Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; está es la mentira que se desliza de su boca: Yo, el Estado, soy pueblo”.