Érase una vez un reino llamado Aragón que fue asolado por una pandemia. El rey Lambán -lacayo a su vez del emperador Sánchez– convenció a sus súbditos de que era imposible haber previsto lo que estaba sucediendo.

“Practiquemos el consenso y aplaudamos a las ocho”, pidió cada domingo con retrasmisión en directo incluida. Y sus adversarios respondieron con lealtad y paciencia. Los habitantes del reino cerraron sus negocios y escuelas, se acogieron a los ERTEs y lograron frenar la curva, dando un ejemplo que, sin embargo, no fue correspondido en forma de ayudas y medidas de apoyo.

Ese verano el virus resurgió con especial inquina en Aragón. De nada sirvieron las fotos, los discursos ni las mesas por la reconstrucción del reino: la parálisis gubernamental, que se prolongó tras la primera oleada de la pandemia, ni siquiera ayudó a prepararse para los rebrotes.

«De nada sirvieron las fotos, los discursos ni las mesas por la reconstrucción: la parálisis gubernamental ni siquiera ayudó a prepararse para los rebrotes»

Pero Lambán no quería adoptar medidas que soliviantarían a su pueblo, cansado de los exiguos frutos de un consenso tan estético como vacío de iniciativa, y aseguró que los casos parecían muchos porque, al contrario que en otros reinos, se contabilizaban muy bien -algo, al parecer, de agradecer-.

Cuando empezó, de nuevo, el goteo de infectados en las residencias, amonestó a sus trabajadores. Y también a los temporeros, el ocio nocturno, los adolescentes, los hosteleros, los peñistas y a quienes, al protestar, le empañaban el discurso del consenso. Olvidó que la política, la mejor, está para servir y solo se alcanza con humildad.

De lejos llegó el sonido de los aplausos al emperador Pedro, al que Europa trató con compasión por ser el líder con más fallecidos a sus espaldas. Pero los súbditos, cansados y arruinados; no entendieron la ovación, ni tampoco las instrucciones sobre el uso de las mascarillas, que primero no eran necesarias pero luego sí; ni el hecho de que un día hubiera un comité de expertos que les sostenía bajo el paraguas de la ciencia, y al siguiente nunca hubiera existido.

«De lejos llegó el sonido de los aplausos al emperador Pedro, al que Europa trató con compasión por ser el líder con más fallecidos a sus espaldas»

Además, Sánchez decidió expoliar los ahorros de los alcaldes, que llevaban años midiendo los gastos y muchos meses luchando contra el virus. Después, se fue a la playa, a descansar. En su despedida, y contra sus propias recomendaciones, sus colaboradores más estrechos se apelotonaron en una bancada y le vitorearon.

Uno se llamaba Tezanos y predijo que los más de 50.000 fallecidos, el descalabro del PIB, la caída del turismo y la ruina económica fortalecerían el mandato del emperador y de sus virreyes. Y sus socios -con caja B incluida-, los nacionalistas, la camarada Lastra y un elenco de estómagos agradecidos aplaudieron a rabiar.

Este clamor, planeado a conciencia, se convirtió en otra de las anécdotas de una crisis demasiado profunda como para ser encauzada por unos políticos tan conscientes de su propia irrelevancia.

El aplauso, en mi caso, va para los aragoneses, de todas las ideologías y profesiones, porque ellos son los que están empujando, con tesón, responsabilidad y ganas para salir de esta… pese a Lambán y Sánchez.

*Javier Campoy Monreal es presidente del Partido Popular de Zaragoza y diputado autonómico en las Cortes de Aragón