Habían pasado algunos días y no podía dejar de pensar en ella. Recordaba cada detalle: su saludo amable acompañado de una leve sonrisa, su perfume envolvente, la comodidad de una conversación cómplice… Todo había sido asombrosamente fluido. Apenas veinte minutos, pero la impronta seguía muy viva. No volvió a pensar en ella hasta semanas después. Cruzarse otra vez, volver a sentir esa sensación de vértigo de necesitarla. Había vuelto a aparecer en el momento preciso.

Sentado en aquella cafetería, rememoró sus relaciones anteriores. Antes de conocerla le parecía que estuvieron bien, incluso guardaba buen recuerdo de algunas de ellas. Pero todo había cambiado. Desde aquel momento sublime, sentía que había desperdiciado demasiadas oportunidades. Un tremendo error que le había costado caro.

No hace falta escribir más para entender lo que sentía por aquella persona. Una experiencia única, un amor a primera vista. El primer día que te sientas en un Cabify sabes que nunca volverás a querer un taxi, salvo caso de necesidad.

«El primer día que te sientas en un Cabify sabes que nunca volverás a querer un taxi, salvo caso de necesidad»

La comparación es sencillamente insultante. Quizá no sea una experiencia perfecta, pero es sensiblemente mejor. Entre otras cosas, porque el conductor se esfuerza por agradar desde el primer momento.

Podríamos explicar cómo la tecnología arrolla a otro sector que no ha sabido cambiar antes de verse obligado a ello. Podríamos valorar lo que cuesta empatizar con un colectivo que se niega a renunciar a privilegios de exclusividad, anteponiendo su lucro al derecho de cualquier ciudadano a moverse. Incluso podríamos hablar de lo incómodo de abrir a la competencia un oligopolio privado protegido por el estado.

Un colectivo que se niega a renunciar a privilegios de exclusividad, anteponiendo su lucro al derecho de cualquier ciudadano a moverse

Pero es mucho más sencillo de entender, tan evidente, que abruma. Objetivamente, Uber o Cabify son capaces de generar una mejor experiencia de cliente. Es ahí donde radica su éxito y donde el sector del taxi encuentra tantas amenazas. Prestan mejor servicio, así que el taxi deberá cambiar o nunca competirá en igualdad de condiciones. Probablemente, una huelga no hace sino agrandar diferencias.

Y, si no faltan las malas noticias para el taxi, aún llegarán peores. Estamos a la vuelta de que lleguen los vehículos de conducción autónoma. Entonces su problema ya no será el coste de una licencia o la competencia desleal. Porque todos seremos taxistas… y el taxi será un recuerdo de tiempos pasados. Un recuerdo demasiado caro.