Como tantas tardes de domingo, Manuel Giménez Abad acudía al estadio de La Romareda junto a su hijo Borja para ver al Real Zaragoza. Era una de esas tardes donde el tiempo acompaña a un zaragocismo necesitado de victoria para lograr la salvación. Dos disparos en la espalda y uno en la cabeza ensombrecieron a toda la ciudad.

Según cita la investigación de la Policía, «Mikel Carrera Sarobe se aproximó a ellos y disparó por la espalda y a bocajarro a la víctima, y continuó disparando mientras caía y cuando ya se encontraba tirado en el suelo, en presencia del menor». Fue un día de zaragocismo pero de elecciones en el País Vasco.

Hasta ese momento, ETA había asesinado a 30 personas desde el fin de la tregua del año 1999 y el lehendakari Juan José Ibarretxe se presentaba a su reelección. Todos los partidos suspendieron sus actos electorales, salvo Euskal Herritarrok (EH), plataforma que lideraba Arnaldo Otegi. Tras ello llegó un grito unánime de condena contra la barbarie terrorista y de apoyo a las víctimas se hizo paso en una plaza del Pilar donde más de 350.000 almas se sumían en el dolor, la rabia y la defensa de la democracia.

Han pasado 22 años y ese vil asesinato tiene por fin opciones de ser juzgado en la Audiencia Nacional. Son 22 años confiando en la Justicia. Casi 8.000 días en silencio esperando una sentencia. Lo decía su hijo Manuel en la puerta de la Audiencia Nacional: «Quienes creeemos profundamente en la democracia hemos renunciado a la venganza como forma de reparación, hemos tratado de desterrar el odio y a cambio lo que solicitamos es el amparo del Estado de Derecho. El mejor amparo es que se haga justicia».

Si de algo tenemos que aprender, todos sin excepción, es del ejemplo de las víctimas del terrorismo. Especialmente, de Manuel y Borja. La paciencia, la serenidad y el compromiso con la verdad de su familia. Esas convicciones estoicas hacia el Estado de Derecho para que la Justicia decida sobre el asesinato de su padre tras más de veinte años son el aliento para creer esperar desde el lado bueno de la historia siempre merece la pena.

Que Manuel y Borja, los hijos de Giménez Abad, han sufrido en silencio lo que pocos se imaginaran. Ellos son el testimonio de su padre y los guardianes de su memoria. Con su ejemplo muestran el talante que su padre mantuvo en vida: la dignidad, la nobleza y el saber estar. Porque la templanza no hace nunca a los principios más frágiles.

«El recuerdo de la sociedad debe servir de guía para alejarnos del fanatismo y de los radicalismos actuales», dijo Borja Giménez hace unos años. Una apreciación que debe retumbar en el pasado por lo aprendido, en el presente por lo vivido y en el futuro para no repetirlo. El mejor antídoto para no olvidar lo que fue ysiempre recordar es el ejemplo de Manuel y Borja. La tolerancia, la paciencia y la palabra que nunca han perdido a pesar de la eterna espera por que se imparta justicia.

*Esta es la carta que escribió Borja Giménez Abad en homenaje a su padre, Manuel Giménez Abad, en el año 2019 y fue publicada por HOY ARAGÓN