El pasado domingo 23, día de Aragón, el Presidente Lambán afirmó que tendemos a guardar un gran respeto a nuestros abuelos, que resolvieron sus diferencias a tiros, mientras no valoramos lo suficiente a nuestros padres, y que gracias al diálogo lograron una transición democrática pacífica. Esto lo dijo en el majestuoso marco de la Aljafería, el palacio arrebatado a los musulmanes tras la conquista de Zaragoza y que hoy es sede de las Cortes de Aragón.

Reconozco que su afirmación me ha hecho pensar. Siempre he sido profundamente crítico con nuestra democracia, fundamentalmente porque considero que la separación de poderes que se estableció en la Constitución es en realidad sumamente frágil y que sin ella no existe la democracia.

Se trató de diseñar un sistema estable y poco democrático en lugar de un sistema de auténtica representación del pueblo y de separación de poderes. Y lo que resulta irónico es que esa búsqueda de estabilidad es precisamente lo que hace que el mayor peligro al que nos enfrentamos en Europa, el del populismo, sea mucho más peligroso en nuestro país que en Estados Unidos, donde gobierna un populista de libro como Donald Trump. Allí el control entre los diferentes poderes ha sido feroz, y ha permitido frenar varias iniciativas de dudosa legalidad del Presidente Trump demostrando al mundo que su sistema funciona.

«Se trató de diseñar un sistema estable y poco democrático en lugar de un sistema de auténtica representación del pueblo y de separación de poderes»

Por contra, en España, en la práctica no existe apenas control de poderes. Una de nuestras cámaras legislativas carece completamente de función. La otra aglutina tanto al poder ejecutivo como al legislativo bajo el mismo techo y las mismas elecciones, lo que prácticamente anula cualquier tipo de control entre ambos y de ambos por parte del pueblo.

El poder judicial, por su parte, aunque mantuvo un papel (casi) impecable durante 30 años, ha sufrido una sibilina politización que ha venido a demostrar que su independencia no era mérito de la Constitución, sino de la gran labor personal de los jueces y fiscales que a lo largo de los años se han tomado su trabajo con un rigor digno de reconocimiento. Pero los diferentes escándalos judiciales, acabando con el juez Velasco y su «justicia del Pueblo», nos hace preguntarnos si sabrá mantener su independencia y con ella el Estado de Derecho ahora que las cosas se van a poner feas.

Y todo esto viene, porque nuestra democracia es hija legítima del franquismo, que a su vez es hijo de la guerra civil. La Transición tomó la España de Franco y trató de crear una democracia sin romper con el sistema anterior, algo fundamental para contener a la enorme cantidad de población afín al franquismo y sobre todo a un Ejército muy amigo de los golpes de Estado.

Y hay que reconocer que no fue en absoluto sencillo –España no era un salón de té inglés-, pero pretender que la situación de la España del 35 y la de la España del 77 sean siquiera equiparables es un disparate, un embuste, una falta absoluta de rigor histórico o una grave demostración de ignorancia.

La España que dejó Franco era una España pacificada. Con mano dura, sin libertad política y en un régimen dictatorial, pero pacificada. Y la España del 35 era una España caótica, enfrentada incluso dentro de los propios partidos de izquierda que sustentaban al Gobierno, una España de persecuciones y purgas, de hambre y desempleo, una España tan descreída y desilusionada con los 5 años de República que en muchos lugares abrazó el levantamiento militar como si fuese un salvavidas. Una España tan dividida que no pudo ni absorber ni rechazar el golpe.

No, no creo que nuestros padres tengan más mérito que nuestros abuelos. Creo que para sobrevivir al populismo deberíamos haber sido intransigentes con las mejoras que nuestro sistema necesitaba y deberíamos haber tenido más rigor a la hora de estudiar y juzgar el pasado.

«Creo que para sobrevivir al populismo deberíamos haber sido intransigentes con las mejoras que nuestro sistema necesitaba»

Los políticos buenistas, los que gritan que un lápiz es más poderoso que una bala mientras saltan a cámara lenta en un campo de amapolas, los que son incapaces de distinguir la España del 36 con la del 75, los que están dispuestos a gritar cualquier estupidez para rehuir el conflicto, son los que nos tienen que proteger ahora de los peligros que nos acechan. Y nos han dejado tirando de nuestros pantalones para cubrir nuestras vergüenzas con las costuras de la Constitución a medio zurcir.

Europa se enfrenta a tiempos duros. El populismo avanza, y nuestros sistemas de control de poderes no están diseñados para contenerlo. Nuestros políticos siguen sin enterarse, y aunque lo hicieran probablemente ya es demasiado tarde. Quién sabe quién lanzará discursos bajo los arcos árabes de la Aljafería dentro de 15 o 20 años. Y quién sabe qué mensajes lanzarán. Lo más probable es que, si alguno estamos allí, nos preguntemos cómo no lo vimos venir. Y recordaremos los lápices, las balas y las amapolas.