Me equivoqué, les dije en este periódico que habría un empate y ahí lo tienen: Casado ha ganado con un 57%. Donde no se equivocan nunca es en Huesca, el ‘Ohio español’, donde, como siempre, su electorado ya anticipó, en la primera vuelta, el resultado de ayer.

La ambigüedad programática de Soraya y las rentas, muy merecidas eso sí, que da el haber estado en el Gobierno, no eran suficientes para devolver la ilusión y el rearme ideológico que un partido quiere de su líder.


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Ahora el joven presidente tiene dos retos inmediatos: evitar la fragmentación y vender su relato. Ya saben los partidos españoles como castiga el electorado la división interna. La unidad siempre se ha presentado como una fortaleza de los populares frente a un PSOE que opina según le dice el GPS.

Y Casado también lo sabe y su mensaje ha sido claro: «El Partido Popular ha vuelto. No vamos a gastar ni un minuto más en hablar de nosotros«, ha dicho, para tranquilidad de tibios, tardanos y de quienes apostaron a caballo perdedor.

«Donde no se equivocan nunca es en Huesca, el ‘Ohio español’, donde su electorado ya anticipó el resultado de ayer»

En Aragón, salvo Pedro Navarro, lo cual le honra, no fueron muchos los que desde el principio pusieron las cartas boca arriba, aunque casi todos las llevaban marcadas y se sabía a qué palo jugaban.

Huérfanos de Cospedal, salvo unos pocos que apoyaban a Soraya, encabezados por Ana Alós en Huesca u Octavio López en Zaragoza, a los jefes de por aquí no les hizo falta reflexionar mucho, como apuntaba Mario Garcés en una entrevista con este periódico.

Y, más vale tarde que nunca, se volcaron con Casado. Y ahí están Campoy o Buj junto a Navarro en el nuevo equipo. Una importante presencia aragonesa en el nuevo PP.

Pero Casado y su nuevo equipo tienen un reto mayor, construir su relato. Y ese relato lo ha comenzado a escribir, sin complejos: el relato de la libertad y de la responsabilidad.

«Huérfanos de Cospedal, salvo unos pocos que apoyaban a Soraya, a los jefes de por aquí no les hizo falta reflexionar mucho, y se volcaron con Casado»

Le llega a sus manos un PP con una intención de voto, según el último barómetro del CIS de la era Rajoy del 12,1%, por detrás del PSOE (13.5%) y Ciudadanos (16.1%) y que, como siempre en esos barómetros, el PP es el que más recelos despierta (un 55,1% de votantes dice que nunca le votaría); aunque también es el partido con el suelo más alto (el 4.8% afirma que siempre le votará), seguido del PSOE (con el del 3.8%).

Con esos datos puede tener la tentación de coger atajos y sumarse al juego de la democracia demoscópica, como tantos otros partidos, rojos, naranjas o morados que, según lo que dicen las encuestas, van cambiando sus principios y su mensaje.


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O puede construir su relato siguiendo el consejo de Churchill, cuando decía aquello de que el político se convierte en estadista cuando piensa en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.

Y así, puede seguir construyendo el relato que parece anunciar: más libertad y menos planificación pública, más individuo y familia y menos colectivismo, más sociedad y menos Estado, más Hayek y menos Keynes, más desregulación y menos dirigismo y, en fin, más Estado de bienestar y menos bienestar del Estado.

Pero con esas ideas, con las que muchos países han crecido y han garantizado la sostenibilidad del bienestar, será atacado y etiquetado de ultraderechista un día y de neoliberal al servicio de los mercados, otro.

Ahí vendrá la tentación de achantarse, de querer agradar a la intelligentsia mediática y dejar que, como a aquellos otros, le marquen la agenda y el discurso. Superar esos ataques e intentar convencer a los españoles será su mayor reto.

«Será atacado y etiquetado de ultraderechista un día y de neoliberal al servicio de los mercados»

En el Congreso de otro partido conservador en 1979, el británico, Margaret Thatcher decía que el trabajo en el que el gobierno estaba comprometido -cambiar la actitud mental de la nación- era el mayor reto encarado por ninguna Administración inglesa desde la Guerra.

Ellos lo consiguieron, y el Reino Unido volvió a ser un gran país. ¿Por qué no intentarlo nosotros?

Ojalá ésta sea la pregunta que se haya hecho Pablo Casado.