En lo peor del confinamiento, la televisión pública española nos contaba cómo desaparecían la levadura y la harina de los estantes del supermercadoLa gente hacía pan. Los niños hacían dibujos. Nos contaban las historias, todas muy amables, de los confinados que éramos entonces. Lo puedo entender, aunque hubiera preferido la verdad desde el principio.


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Durante un confinamiento respetuoso y disciplinado como el que tuvimos la inmensa mayoría de los españoles, llenos de angustia y miedo, a pesar del pan, los bizcochos y las magdalenas, no se puede estar alimentando una angustia que no es necesaria. Ya estábamos todos en casa.

Ahora ya estamos en fase 1. Y podemos salir a las calles, sentarnos en una terraza y, quienes tenga la suerte de tener a sus familias en la misma provincia, celebrar el reencuentro.

Y es ahora cuando tenemos que ver todo lo que no hemos visto. Es la hora de la verdad, de la dureza de las imágenes y de la información, de lo que nos han ocultado para evitarnos mayor angustia y sufrimiento cuando estábamos en casa.

De las urgencias a rebosar, de los ataúdes acumulados, de lo que ocurre en la UCI por COVID-19, de las personas muriendo en soledad, de las familias intentando localizar a sus muertos, del cansancio y el estrés post-traumático de los profesionales sanitarios que sí, tuvieron que decidir a quién darle un respirador, a quién salvarle la vida.

«Es la hora de la verdad, de la dureza de las imágenes y de la información, de lo que nos han ocultado para evitarnos mayor angustia»

Ha llegado el momento. Tenemos que verlo. Porque muchos confinados han tomado las calles como si ya no hubiera riesgos. Como si no hubiera cada día casi mil contagiados. Más de cien fallecidos cada día. Uno. Otro. Otro. Se ha usado mucho el lenguaje bélico en estas semanas. Pero esto no es una guerra.

Una guerra acaba y al día siguiente habrá un país por levantar, pero ya no habrá balas. Aquí hay un país por levantar, y las balas, el coronavirus, siguen estando ahí afuera. No se trata de no salir, no se trata de no volver a la vida. Se trata de hacerlo con respeto a los demás.


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Para que los sanitarios dejen de vivir la pesadilla que están viviendo. Para que puedan volver a vivir a sus casas, de las que muchos de ellos se ausentaron hace ya dos meses para proteger a sus familiasPara que dejen de fallecer madres, padres, hijos, hermanos, tíos, sobrinos, primos de otras personas.

Para que quienes queremos volver a ver a los nuestros en otras provincias podamos hacerlo. Para que el país pueda volver a levantarse de la crisis económica en la que nos hemos sumido. Y porque nos lo deben. No podemos permitirnos otro confinamiento.

La primera vez, no lo vimos venir. Ahora ya, no podremos echar la culpa a quien no supo prever ni preparar lo que venía. Por eso, es imprescindible que los medios nos cuenten la verdad de lo que ha pasadoSin paños calientes. Sin pan. Sin bizcochos.

A palo seco, realidad pura y dura. Necesitamos verlo para no olvidar lo que hay en juego.

*Ana Solana Castillo es Presidenta Directivas de Aragón. Directora Senior de Recursos Humanos Europa y Asia Pacífico Exide Tudor. Profesora experta en Liderazgo