El presidente Javier Lambán tiene cáncer de colón. La noticia ha salpicado la actualidad aragonesa después del incierto tras su ingreso inesperado en el Hospital Miguel Servet, donde estuvo cuatro días ingresado, y la poca claridad en la dolencia que sufría. Todo estaba rodeado de un misterio inquieto que se percibía en su circulo más cercano.


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Se recalcaba desde su entorno, precisamente, que «estaba bien» pero no se aclaraba lo que le sucedía al presidente aragonés. Quizá por eso. Sin aspavientos ni con una celeridad injustificada, se ha querido explicar con serenidad a la ciudadanía qué le sucede al presidente del ejecutivo aragonés.

Porque no tiene una relevancia extraordinaria más que la de una enfermedad común que sigue dándose en decenas de miles de personas diariamente. «Esto no supone una heroicidad ni mérito especial alguno por mi parte», decía Lambán en su comparecencia.

Su quebranto emocional se plasmó en el primer gran soplido antes de iniciar la que, casi con seguridad, era su comparecencia más complicada. No es fácil decirle a tus ciudadanos por todos los medios posibles que tu cuerpo es débil. Que la enfermedad tiende a avanzar y que, pese al ánimo perenne que uno demuestra, hay espejismos de duelo. De incertidumbre ante algo que es tan ajeno a la voluntad como ordinario en nuestra sociedad.

«No es fácil decirle a tus ciudadanos por todos los medios posibles que tu cuerpo es débil. Que la enfermedad tiende a avanzar y que, pese al ánimo perenne que uno demuestra, hay espejismos de duelo»

Y por eso desde la serenidad, Lambán pretende afrontar este hecho que alterará su agenda pública en algunos momentos sin dejar de situarle en el centro del ejercicio de Gobierno. Porque es un presidente ordinario: capaz de entender que el cáncer es tan natural en la vida de tantos que no debe provocar un cambio abrupto. Es precisamente ahí, en la entereza personal por entender lo que viene con esta enfermedad, cuando se da un paso más contra ella.

Es verdad que Javier Lambán no es una persona cualquiera. Su labor institucional como presidente de Aragón cimienta el desarrollo de toda una comunidad. Lo expresa muy bien uno de sus más cercanos colaboradores: «Lo excepcional es él por su cargo y no la enfermedad». 

Hay que reconocerlo, un cáncer es un mal aliado. Es una puta mierda que no avisa y que te cambia la vida de un día para otro. Pero la normalidad que ha demostrado Javier Lambán para tratar a la enfermedad desde su posición, como presidente de Aragón, lo entroniza en lo ordinario que se vive en miles de familias. Es una putada, sí. Pero hay que seguir con la vida.


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La entereza con la que se aferra a la expresión más sentida de la representatividad institucional es un hecho que vale más que cualquier acto político. Es un compromiso personal con su vinculación política como presidente.

Quizá otros hayan dado un paso atrás, no les juzgo. O que llegue un día que el presidente tenga que dejar su responsabilidad política por motivos médicos. Pero demostrar la serenidad de no saber qué vendrá con la enfermedad públicamente mientras se insiste en intentar lidiar con todo lo que conlleva un Gobierno autonómico es para valorar. El sentido del deber es, casi seguro, lo que mejor representa a Javier Lambán. Hay valor, sobra entereza y es un hombre que da la cara.

Seguramente el presidente anhele pasear con su nieta por Ejea de los Caballeros con la libertad de un encuentro con la añorada infancia, le persiga la idea de reposar junto a su mujer -o junto a un buen número de libros- con el chándal de su Real Madrid en un día cualquiera del calendario o tenga la razonable necesidad de bajar el pistón de su actividad laboral.

«El sentido del deber es, casi seguro, lo que mejor representa a Javier Lambán. Hay valor, sobra entereza y es un hombre que da la cara»

Pero la talla humana y política se demuestra en los pequeños gestos. Y más cuando la vida te pone en tu sitio. Te demuestra que eres tan vulnerable como cualquiera y que, pese a todo, no hay dudas en la querencia de saber que el deber es la decisión a tomar. Un atributo de pocos. Quizá de los que siempre perduran.

*Álvaro Sierra es editor de HOY ARAGÓN