La figura del voluntariado, por su labor desinteresada es valorada y reconocida por todos.

Aunque las personas que están al frente del Centro Municipal de Protección Animal en Peñaflor, no parecen apreciarlo. Por el contrario, el trato que se le da a los voluntarios es desconsiderado y, en ocasiones vejatorio.

Los voluntarios dedicamos cuatro horas de nuestros sábados a pasear a los perros, asearlos como podemos y dándoles todo el cariño que necesitan.

También atendemos a los posibles adoptantes. Incluso hemos realizado labores de limpieza y desescombro (que, aunque no son nuestras tareas, lo hemos realizado con la misma buena disposición).

Son cuatro horas bastante intensas pues el panorama que uno se encuentra es muy duro.


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Al finalizar la jornada salimos no sólo con cansancio físico, sino también con un desgaste psicológico importante.

Y, ¿qué recibimos a cambio? En el mejor de los casos, absoluta indiferencia. No recuerdo que me hayan dado nunca las gracias por el trabajo realizado; al contrario, los malos modos y las contestaciones malhumoradas son el pan de cada día.

La exquisita educación de alguna de mis compañeras voluntarias ha sido, incluso, objeto de burlas y humillaciones.

El último incidente que me ha llevado a escribir esta queja públicamente, mediante una carta al director de HOY ARAGÓN, es mi exclusión del CMPA. Por motivos de trabajo, les comuniqué a la directora del centro Manuela García y a la coordinadora de los voluntarios Mili Muñoz que tendría que entrar una hora más tarde.

Su respuesta fue tajante: no podría volver más y me conminaron a abandonar el recinto de malos modos.

El CMPA está desbordado (más de 100 perros). Somos muy escasos los voluntarios que estamos dispuestos a pasar la mañana del sábado con ellos. De hecho, la mayoría no salen y se pasan semanas sin poder salir de sus cárceles, con el sufrimiento que eso conlleva.

Estamos tratando con seres vivos, seres que padecen las inclemencias del tiempo, la soledad, el miedo y la falta de atención igual que nosotros.

La dirección de un centro de estas características debería estar en manos de gestores bien preparados , dotados de altos niveles de empatía, donde primara el bienestar de los animales por encima de todo.

Lamentablemente, el sentido crítico no tiene cabida y la transparencia de las acciones tomadas por las responsables del CMPA está en tela de juicio.

Los sin voz, las decenas de perros y gatos allí encerrados son, como siempre, las verdaderas víctimas de dicha gestión.

Beatriz Casorrán fue voluntaria del Centro de Protección Animal de Zaragoza