Hay personas que viven la rutina como una bendición y estaban deseando reincorporarse a sus trabajos después de las vacaciones de verano.

En la rutina encontramos seguridad y estabilidad. Aunque según los expertos, existe el denominado síndrome postvacacional. Un término que está de moda y, dicen, que quienes lo padecen pueden sufrir apatía, insomnio y nerviosismo.

En nuestro siglo todo lo analiza la psicología, quizá exista algo de negocio o marketing detrás. Lo que antiguamente se vivía con naturalidad, ahora todo son síndromes con sus síntomas. Y todo se etiqueta, hasta en los acontecimientos cotidianos se ha encontrado un síndrome.


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Siempre es mejor intentar vivir con naturalidad cada etapa de la vida y pensar en las cosas positivas, la vuelta al contacto con los compañeros, la posibilidad de nuevos retos personales y profesionales.

Y qué sería de nosotros sin el trabajo, lo necesitamos para desarrollarnos como personas. Dicen que del ocio nace el pecado. En su obra ‘Camino’, nos dice el Santo Escrivá que «Todos los pecados, me has dicho, parece que están esperando el primer rato de ocio. El ocio mismo ya debe ser un pecado».

Para el filósofo alemán Karl Marx, «el trabajo dignifica al hombre», el ser humano consigue gracias al trabajo sentirse integrado en la sociedad, mejorar su autoestima y proyectar una imagen positiva de sí mismo ante los demás.

Para la iglesia Católica, el trabajo Santifica y para los Benedictinos el ora et labora, en español reza y trabaja, que expresa la vida monástica; la ociosidad es enemiga del alma.


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La ausencia de trabajo provoca efectos negativos en la persona, inseguridad, aislamiento, frustración y negatividad. Donde mejor estamos es trabajando, bendita rutina y vivamos cada etapa vital con alegría y normalidad.