Al socialista Iceta le han pitado los oídos, después de decir que cuando conoces a Quim Torra te dan ganas de irte a cenar con él. No sé -añado yo- si pagando cada uno su cubierto o invitándole incluso al gin-tónic.

El caso es que es ya un clásico que los líderes de los partidos constitucionalistas -quiero pensar que el PSC lo sigue siendo- se pongan en evidencia y lleguen a bordear el ridículo con sus afirmaciones, cuando tratan de contemporizar a conveniencia con el nacionalismo.

Para la antología del despropósito ha quedado aquella hilarante confesión del patriarca Aznar, que aseguraba hablar catalán en la intimidad, cuando lo del infame pacto del Hotel Majéstic -aquellos barros, estos lodos- a raíz del cual, y a cambio de la Moncloa, le regaló a Pujol en el 96 el cierre de los gobiernos civiles, el final de la mili y una suculenta mordida en el IRPF.

Ahora es el PSOE el que intenta limar asperezas con los cabecillas del ‘prusés’, tras la conquista de Pedro Sánchez de la Presidencia del Gobierno, con la ayuda precisamente de los ‘indepes’ y de unos cuantos más, que aguardan en la cola del debe para cobrarse el peaje llegado el momento.


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Sánchez ha decidido echar el resto y dar alas de nuevo a esa ocurrencia sin fundamento, según la cual España es una nación de naciones.

Y como lo dice el jefe -que ahora sí es jefe de verdad- todos en el partido, incluidos los díscolos y las díscolas, se apuntan al nuevo modelo territorial y se disponen a desempolvar la genealogía de sus respectivas taifas, a ver quien la tiene más larga y más histórica.

Hasta Javier Lambán se ha lanzado al ruedo -contentando de paso a sus socios de CHA, a los que últimamente tenía muy desatendidos- y ha promulgado la Ley de actualización de derechos históricos de Aragón, que, entre otras cosas, proclama que esta comunidad, por si alguien lo dudaba, es una nacionalidad histórica y también, cómo no, un país.

La verdad es que para ese viaje no hacían falta alforjas. La propia Ley Orgánica 5/2007, de 20 de abril, que recoge la reforma de nuestro Estatuto de Autonomía ya se refiere de manera explícita a esta región como ‘nacionalidad histórica’.

«La Ley, entre otras cosas, proclama que esta comunidad, por si alguien lo dudaba, es una nacionalidad histórica»

Y eso de que somos un país tampoco es del todo original, desde que la Ronda de Boltaña denominó así a las tierras de Sobrarbe en su bella elegía al país perdido.

Pues eso: que ya somos nacionalidad y lo cierto es que me gustaría brindar por ello, si bien me provoca rubor hacerlo, al comprobar que hoy por hoy eso de ser nación está al alcance de cualquiera; aunque, como diría el castizo, todavía hay clases o debería haberlas.


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Por eso, no acabo de entender qué necesidad tiene Aragón de acogerse a algo tan simple y vulgar como lo de ser nacionalidad histórica, después de haber sido Reino y Corona, donde otros no pasaron de sumar una docena de condados.

Quizás por ello algunos a lo más que aspiran es a presidir repúblicas imaginarias, a falta de pedigrí que les permita proclamarse reyes de sus terruños.

Yo, si fuera Lambán, no me lo pensaría dos veces, sacaría pecho y les madrugaría la merienda a esos plebeyos, reivindicando para mi el trono de Ramiro II ‘el Monje’.

Si nos ponemos, nos ponemos del todo. Nobleza obliga, digo yo.