El pasado fin de semana se publicaron algunas encuestas sobre intención de voto en España. Hace tiempo que considero este tipo de encuestas como formas baratas de llenar páginas de periódicos y de generar tráfico en las redes sociales.

Así como un termómetro de las relaciones que el medio de comunicación que las encarga y publica mantiene con cada uno de los partidos políticos; ya que las encuestas, salvo escasas y honrosas excepciones, no pretenden reflejar opinión sino crearla.

Simplemente uno más de los daños colaterales de esta penosa partitocracia que nos empeñamos en llamar democracia.

En todos los gráficos que representan los resultados de las encuestas echo en falta la muestra visual y contundente de la opción mayoritariamente elegida por los españoles si se celebraran elecciones mañana: la abstención.


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Y es que no menos de un 30% se decantan por no votar; por encima de la intención de voto del PP, que sigue apareciendo como el partido más votado.

«Y es que no menos de un 30% se decantan por no votar; por encima de la intención de voto del PP»

Juguemos a las matemáticas más elementales para constatar que el PP tendría el apoyo de casi el 30%… pero de menos del 70% de los que votan; lo que no es más que el 20% de los apoyos, frente al 30% de los que se abstienen.

Resumiendo, siendo el PP el partido más votado, hay nada menos que un 50% más de decisiones de abstención que de apoyos al PP. Y todos los demás partidos, de ahí para abajo. En fin, para hacérselo mirar aunque nadie se lo mire.

Creo que no es casualidad la poca relevancia que se le da a este dato de la abstención y cómo se omite su enorme trozo de tarta gráfica.

Los políticos la temen porque es una de las pocas vías que nos quedan para desnudar su coartada, su connivencia gremial por encima de las opciones políticas que dicen representar.


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Sería interesante ver el Parlamento con un porcentaje proporcional de escaños vacíos (más allá del habitual y bochornoso absentismo de sus señorías) como consecuencia y fiel representación de los ciudadanos que se hayan abstenido, que no quieren a ninguno de ellos tal y como nos obligan a elegirles: en listas cerradas y bloqueadas, sin primarias o mediante primarias condicionadas por los aparatos o directamente fraudulentas, trufados de candidatos incompetentes o potencialmente corruptos, llenos de saltimbanquis de un partido a otro, etc.

«Los políticos temen a la abstención porque es una de las pocas vías que nos quedan para desnudar su coartada»

Hacer «política honesta» es el reclamo de UPyD en el relanzamiento del partido que pretenden llevar a cabo. Ojalá tengan suerte porque son el único partido digno y respetable.

Pero más allá de las meritorias y casi imposibles pretensiones de los nuevos portadores de unas siglas que fueron laminadas por excederse con su dignidad y querer poner en jaque al régimen; lo que más llama la atención y entristece sobremanera es que la expresión «política honesta», que debería ser un pleonasmo, nos resulta a la mayoría una evidente contradicción en estos tiempos de repugnante partitocracia.

Y es que después del conveniente asesinato político y el ungimiento de tanto tonto útil, poco cuesta pintar los gráficos a conveniencia. Como diría aquél: quieto todo el mundo, que no se mueva nadie…