Vaya por delante que de Madrid me gusta casi todo; hasta se podría decir que soy fan incondicional de sus calles, monumentos, museos y, por supuesto, su gastronomía. He vivido allí seis años y allí me escapo en cuanto puedo, para sentirme como siempre uno más entre la multitud.

‘Si vienes a Madrid, ya eres de Madrid’, decía con acierto un célebre eslogan de la época de Ruíz Gallardón como alcalde, para que nadie al llegar a la capi se sintiera excluido por razones de identidad o procedencia.

Sin embargo, no sé a ustedes, pero el caso es que a mí, de un tiempo a esta parte, no es que Madrid me mate, como rezaba otro viejo aforismo, pero sí me cansa y me satura hasta el hartazgo, debido a ese bombardeo informativo que tiene a la capital de España como protagonista permanente y a veces exclusivo de la actualidad.

Y no me refiero al fútbol o a la trama Lezo -de indudable interés general en ambos casos- sino a esas otras noticias, que al parecer sólo lo son, en la medida en que suceden en Madrid. Ya sea la contaminación atmosférica, el tráfico en la M-40, la nieve, el calor, la lluvia u otros acontecimientos de lo más dispar en los distintos ámbitos de la vida, basta con que ocurran en la gran ciudad, para que pasen a ser automáticamente asuntos de interés general, con los que nos toca desayunar, comer y cenar en el resto del país.

De hecho, por si a algún vecino de Teruel o Almendralejo no le quedó suficientemente claro, este martes, 2 de mayo, fue el día de la Comunidad de Madrid, lo cual mereció una indisimulada y machacona atención por parte de los medios de comunicación, solamente equiparable -supongo que por aquello de compensar y entre bomberos no pisarse la manguera- a la que se dispensa cada año al 23 de Abril; no precisamente por ser ése el Día de Aragón o de Castilla-León, sino porque los catalanes celebran en esa fecha la festividad de Sant Jordi. Y luego resulta -¡mátame, camión!-que los agraviados son otros.