“Después de la peste, surgió el Renacimiento”, reza poderosamente un optimista cartel que cuelga del Palacio de Sástago en el Coso zaragozano.

Tras duras épocas que requirieron enormes sacrificios de la sociedad y la reinvención de nuestro mundo conocido, surgieron las más bellas muestras artísticas que la humanidad había presenciado. La pandemia COVID-19, despertó un leviatán de inconcretas consecuencias en nuestra sociedad.


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Con el estado de alarma, se cerraron negocios de todo tipo, y durante los grises meses de confinamiento, la cultura aportó un incandescente rayo de luz, certero y esperanzador, materializado en libros, canciones, películas y tantas muestras artísticas que las nuevas tecnologías nos ayudaron a compartir.

El verano llegó “bajo el color confuso de las flores salvajes” a las que tan delicadamente se refería el poeta Luis García Montero. Sacrificamos una primavera, y afrontábamos una nueva y desconocida era. Poco a poco, nuestro calendario de los días iguales fue recobrando cierta normalidad en nuestras terrazas, centros de trabajo y ámbitos más sociales.

Pero, si algún lugar está tardando en recuperarse con el vigor y la fortaleza debida, encontrándose en un peligro inminente, son los espacios culturales, precisamente por la falta de demanda presencial de cultura.

El humanismo, el pensamiento crítico y una parte importante del talento creativo de nuestra generación están en juego. Y ya no depende sólo de las administraciones, a quiénes tendemos a cargar la totalidad de la responsabilidad de cualquier asunto, sino que, en esta ocasión, las salas de cine, librerías, teatros y centros de arte dependen de todos y cada uno de nosotros: del público.

«El humanismo, el pensamiento crítico y una parte importante del talento creativo de nuestra generación están en juego»

Las compañías de artes escénicas habrán podido crear y componer durante este tiempo, pero quieren actuar, y ello requiere recintos públicos y privados, a los cuáles los espectadores asistan y acompañen con el cálido aplauso desde sus asientos a las actuaciones en directo.

Las librerías, esos espacios en los que deambulamos esperando encontrar una provocación en formato papel, una aventura que nos haga viajar desde la intimidad de nuestras casas, precisan, no sólo ojeemos sus páginas, sino que compremos algún libro de vez en cuando, y no sucumbamos constantemente a los gigantes de internet.   

Y las salas de cine, tan capitidisminuidas en el siglo de mayor producción audiovisual de la historia, donde incluso los grandes cines que han sobrevivido en las capitales de provincia, hoy se ven condenados por la escasez de estrenos y la actitud que han tomado las majors y poderosas firmas, dejando en la más absoluta soledad a los exhibidores, que intentan sobrevivir con una mano atada a la espalda.


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Me detendré un poco aquí, porque el esperable éxito de “Mulán” de Disney, decidieron vincularlo con sobrecoste a su plataforma de pago, sin dar la oportunidad a las salas comerciales. La cinta de animación “Onward” engrosó igualmente los títulos de la plataforma digital, así como hace pocos días conocíamos que “Soul”, de Pixar, una película llamada a ser el gran taquillazo de estas navidades, se estrenará en internet.

Los famosos y más esperados títulos como 007 Not time to die”, “Petter Rabbit 2” o el universo Marvel han decidido posponer su estreno casi un año en el tiempo o sucumbir al mundo de las plataformas de pago. Por no hablar de las decenas de películas europeas y españolas – salvo honrosas y valientes excepciones- que tampoco se estrenan en el formato clásico o que han decidido posponer la fecha sine die.

Con toda la libertad, y en su legítimo derecho, las productoras y distribuidoras consideran que así pueden sortear mejor el bache, reservando las producciones ya enlatadas para tiempos mejores. Pero, ¿acaso no habría sido mejor mantener algún título de gran impacto en la taquilla para que pequeños y mayores pudieran disfrutar de la experiencia de cine total en un año en el que hemos restringido tanto el ocio?

¿Podría alguna película con sus exitosas cifras de taquilla haber colaborado para evitar el cierre de salas de exhibición, y que éstas pudieran complementar la oferta de cine comercial con producciones más independientes, arriesgadas o humildes?

¿En una vida rodeada de tantas pantallas, estamos dispuestos a renunciar a la “gran pantalla”? Hay que reconocer que el equilibrio es difícil, pero ir al cine, no solamente es ver una película desde una butaca más o menos cómoda.

Es un ritual, inspirador de tantos fenómenos culturales. Estar en silencio, mostrar atención, viajar, soñar, reír, llorar, sobrecogernos. Es una experiencia única total, creadora desde la más tierna infancia del hábito cultural. Es la iniciación, que nos enseña a asistir presencialmente y pagar por consumir cultura, y que éste hecho aparentemente simple, otorga la garantía de continuidad a un sector más que comprometido y necesario con el “alma, la esencia y el talento de nuestro país”.


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El renacimiento supuso el mayor avance cultural para la historia de la humanidad, en la que “el hombre” era la medida de todas las cosas. Ahora las mujeres y hombres, el individuo, tenemos en nuestra mano hacer renacer, fortalecer y proteger a la cultura, ejerciendo un acto casi revolucionario: acudiendo con nuestra mascarilla, guardando las medidas de seguridad y otorgando nuestra confianza al sector. Es momento de dar un paso adelante, es el momento de poner en práctica la militancia cultural.

El futuro depende de nosotros y nosotras. Comprometámonos con la cultura. Hagámoslo de forma activa y militante, por el futuro de las próximas generaciones y de España.

*Darío Villagrasa Villagrasa es diputado por el PSOE en las Cortes de Aragón y Secretario de Organización PSOE Aragón / @darvilvil