Algunos le tenemos tal fobia al Estado que cualquier cosa que salga de él la damos por malvada o equivocada hasta que se demuestre lo contrario.

Y créanme, aunque a veces resulta que estamos equivocados, casi siempre acabamos teniendo razón al sospechar. Por eso cuando asistimos a esta «revolución social feminista» jalonada desde el poder y defendida de forma unánime por los medios de comunicación, no podemos menos que sospechar.


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Nunca una revolución se ha gestado desde el poder. Y allí donde lo parecía, desde la apuesta por la autarquía del franquismo que nos iba a sacar de la pobreza a la revolución bolivariana del chavismo tras ganar las elecciones y llegar al poder, ha resultado ser sólo un movimiento de control y sometimiento del ciudadano al estado destinado a mantener o aumentar el poder que ya se ostentaba.

Una revolución auténtica, escudriñando la Historia, debe tener horcas o guillotinas, y estas ser empleadas contra quienes están en el poder antes de la revolución.

Y esto vale para todas las revoluciones, desde la francesa que sentó las bases del Estado moderno fundamentado en la soberanía del pueblo y la separación de poderes, hasta la bolchevique que intentó durante más de 70 años crear una sociedad basada en el igualitarismo y el colectivismo.

Porque cuando es el Estado quien pone la guillotina y son ciudadanos quienes la ocupan no se llama revolución sino opresión. Y cuando es el Estado quien lidera esta Revolución feminista, aplaudido, defendido e impulsado por los medios de comunicación -con pocas excepciones-, no cabe menos que sospechar que hay gato encerrado.


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Otra revolución que se desarrolló desde el poder fue la del nazismo en Alemania. El apoyo social al nazismo no se logró a base de proclamas contra la muerte de los judíos o con mensajes para desatar una guerra de conquista europea.

«Cuando es el Estado quien pone la guillotina y son ciudadanos quienes la ocupan no se llama revolución sino opresión»

Se logró con mensajes que cualquier ciudadano de bien apoyaría: abolir las exageradas sanciones que impuso el bando vencedor a Alemania tras la Gran Guerra y que sometió la economía del país a la hiperinflación, la pobreza y el hambre, recuperar la dignidad de un pueblo que era un gigantesco imperio y ahora diezmado en territorio y poder, desarrollar su propio ejército para defender el país, que había sido prohibido tras la Gran Guerra por el bando aliado…

Todas ideas que tenían sentido y eran justas a los ojos de cualquier alemán. Sin embargo, tras su llegada legítima al poder el nazismo puso en marcha su “revolución”, y lo demás es historia.

Del mismo modo, hay muchos apoyos a este neofeminismo de buenas personas, porque defiende principios que cualquier persona de bien apoyaría: igualdad de derechos, equiparación salarial, acceso a la educación…

El problema surge cuando uno escarba para ver qué hay debajo de esos mensajes que defienden ideas y derechos que ya están ampliamente recogidos y protegidos por nuestra Constitución, ordenamiento jurídico e incluso jurisprudencia  y empieza a leer las proclamas que hay debajo, cargadas de violencia, injusticias y mentiras.

Del mismo modo que el nazismo real se encontraba al fondo (y, por supuesto, nadie imaginaba que pudiera llegar a hacerse realidad), la verdad de este neofeminismo, este enfrentamiento social promovido desde el poder y basado en la lucha de clases marxista, se encuentra en esos carteles que todos tachan de excepciones y extremos que nunca llegarán a materializarse.

«El problema surge cuando uno escarba para ver qué hay debajo y empieza a leer las proclamas que hay debajo, cargadas de violencia, injusticias y mentiras»

Y como en el nazismo, se prohíbe estar en contra de una parte: si criticas la parte se te considera enemigo del todo, también de esos principios buenos y justos que ocultan las mentiras y las injusticias.


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Cuando el poder defiende una revolución para conseguir la igualdad de la mujer en un país en el que la mayoría de los ministros son mujeres, el mayor banco del país está presidido por una mujer, la mayoría de los estudiantes universitarios son mujeres o en profesiones tradicionalmente masculinas como la medicina ya haya mayoría de mujeres resulta cuanto menos prudente sospechar que hay algo tras bambalinas que no nos dejan ver.

Siempre que el poder te prometa una revolución, ponte alerta.