En un brillante ensayo, publicado hace ya unos cuantos años, el sociólogo Amando de Miguel advertía sobre la perversión del lenguaje, cuando determinadas palabras se emplean de manera frívola e irresponsable, degradando el nivel de su contundente carga semántica.

Ha ocurrido con el término ‘fascista’, con el que se califica alegremente a cualquier persona que se atreva a no compartir -o simplemente a cuestionar- el pensamiento único de las izquierdas más atávicas, radicales y rupturistas. 

Y está ocurriendo también con la expresión ‘preso político’, que vemos aplicada estos días sin rubor a quienes, al fin y al cabo, no son más que dos presuntos delincuentes, en prisión preventiva, tras ser imputados en graves delitos por una juez en un Estado de derecho.

Sólo desde la ignorancia más supina, o desde la peor de las intenciones, se puede incurrir en semejante desatino, que, además de una burda mentira, supone una falta de respeto hacia aquellos que sí han sufrido y sufren prisión por sus ideas en diferentes cárceles del mundo, privados de sus derechos más elementales y sometidos a todo tipo de torturas y humillaciones.

«Supone una falta de respeto hacia aquellos que sí han sufrido y sufren prisión por sus ideas en diferentes cárceles del mundo»

Les tendría que dar vergüenza compararse, pero me temo que no saben lo que es eso. Resulta muy significativo en el contexto actual -teniendo en cuenta la catadura moral de los personajes- que el precedente más inmediato en el uso torticero de esa fórmula se encuentre en los entornos abertzales, cuando se refieren o aluden a los asesinos de ETA encarcelados por sus crímenes.

De preso político, sin ir más lejos, se ha tildado a Arnaldo Otegi, quien -¡oh, casualidad!- fue la gran estrella invitada de la última Diada, en la misma Barcelona donde la matanza de Hipercor se cobró hace tres décadas más de 20 vidas.

A este respecto, no está de más recordar -maldita hemeroteca- que Jordi Sánchez fue de aquellos que, al valorar la salvajada, se sumó a las tesis de Batasuna, acusando a la Policía y a la propia empresa de permitir la masacre con fines propagandísticos, en lugar de desalojar el supermercado.

«Por más que se empeñen, ni Otegi lo fue, ni Sánchez, ni el otro Jordi son presos políticos»

¿Se puede ser más canalla y miserable?, me pregunto de manera retórica, claro está. El caso es que no: por más que se empeñen, ni Otegi lo fue, ni Sánchez, ni el otro Jordi son presos políticos en una democracia como la española, en la que esa siniestra figura quedó felizmente extinguida hace ya tiempo.

Por el contrario, no me cabe duda de que muchos de nosotros sí acabaríamos siéndolo -esta vez en sentido literal- en el supuesto de que fueran ellos quienes llegarán algún día al poder.