Para la libertad, Miguel Hernández sentía más corazón que arena. A mí Hernández me gusta porque visitó las habitaciones más oscuras para iluminarlas con la luz de la decencia: una luz que se esfuerza por recuperar los colores. Yo pienso mucho en la libertad y a veces paseo por Madrid, y escucho, y leo, y observo, y no entiendo cómo algunos han llegado a defenderla por el placer de ser cada vez más esclavos.

Supongo que hubo un día en que nos crearon necesidades a la vez que nos arrebataron otras (quizá las más humanas). He estado sentado en una plaza tomando un café sin azúcar y leyendo el periódico mientras un niño jugaba a mi lado y, en su soledad transitoria, le imagino sin abrigo en el trueque horrible de entregar las armas de su libre albedrío a cambio de un plumas. Hasta no recordar qué era el frío; crecer sin las clases del dolor.

Nos han dado todo lo que nos han dicho que necesitábamos y para mantener lo que nunca hubiéramos querido estamos tan seguros de nosotros mismos… De esta seguridad me interesa más la de Rafael Berrio, al que desconocía y que me tiene fascinado. Canciones de amor, vida y pobreza. Canciones cartujas para otra primavera (la quinta) en Madrid. Berrio es Don Quijote sin gloria, sin Sancho, sin panza, pero planea tan bien por los bordillos que merece pleitesía. A él, cuyo moderado éxito le enjaula el consumo, le veo volar por mis oídos y me ayuda a reconsiderar lo que es importante. Berrio, en definitiva, me hace más feliz en una primavera que cada vez es más hermosa. No vamos sobrados de belleza.