Yo soñaba. Ahora duermo, la recuerdo y, entre tanto, desayuno y escucho la radio. El tacto sudado del entretiempo, el exceso de mi edredón de doble capa, nórdico, protector: una trampa y dos almohadas. La orfandad de su cuello. El regate de mi banquillo. Añoro más mi guitarra que mi talento, y quizá ese siempre ha sido mi problema.

El otro día caminaba hacia el barrio y un matrimonio octogenario discutía. “No te saco más de casa”. La esclavitud tiene un orden filológico. Yo les vi de frente y ellos ni me miraron. Estoy llegando a confiar en las puertas eléctricas de los supermercados para saber que sigo aquí, que mis átomos me unen al conjunto y que estamos todos unidos. Lo del cosmos, como lo del unitarismo, es una horterada derrotista.

Lo del cosmos, como lo del unitarismo, es una horterada derrotista

Pero estamos en mayo y yo, que siempre había creído en la polinización, miro más al cielo que nunca e intento entender la anarquía de las nubes: un cirro, un cúmulo, un estrato, que cantaba Sabina. Y en ese vaivén que me somete al frío y al calor (débil, abrigo tu tatuaje), acomodo en un cofre verde que guardo en mi habitación lo que diría si la vida diera credibilidad al porvenir por delante de los sueños. Ya he escrito: yo soñaba. Ya he escrito: ahora duermo.