Decían que de esta pandemia íbamos a salir mejores y lo que está ocurriendo estos ‘No Pilares’ en los balcones y terrazas de Zaragoza podría ser un gran ejemplo para toda España.


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Porque igual que somos capaces de decorar con flores y plantas de la forma más preciosista posible nuestros escaparates y hogares durante esta semana de octubre, podríamos hacerlo durante el resto del año para embellecer nuestras ciudades.

Para que la naturaleza entre a formar parte de esos espacios tomados por el asfalto y por las franquicias que han ido apoderándose de las avenidas y hasta de las callejuelas de nuestros cascos históricos y de dudoso gusto estético por la armonía arquitectónica de nuestras calles; apropiándose, por su mayor capacidad adquisitiva, de pequeños comercios con mucho encanto que tenían unas fachadas preciosas y ahora han sido sustituidas por unas cristaleras sin personalidad y unos rótulos que nos igualan a la baja con todas las demás ciudades del mundo.

De tal forma que es muy difícil distinguir el centro de Lucerna, en Suiza, del de Bruselas; o la calle más comercial de Londres de la Gran Vía de Madrid. Porque están tomadas por todas las grandes multinacionales -al igual que los centros comerciales- y han dejado a nuestros pequeños comerciantes de barrio, o bien marginados, o bien en la ruina, hasta el punto de tener que cerrar. Todo neutro. Todo plano y sin personalidad.

«La decoración floral de los balcones y escaparates podría quedarse como costumbre más allá de la ofrenda pandémica a la Virgen del Pilar y salvar al pequeño comercio»

Pero aún quedan algunos en la resistencia que se están esmerando y poniendo todas las flores en el aparador y la carne en el asador, especialmente durante esta crisis, para sobrevivir y seguir dando un servicio personalizado a todas aquellas personas que todavía creemos los individuos, en la ciudadanía, en el productor de nuestra tierra y, en definitiva, en el poder de la ayuda entre convecinos, de la cercanía, del kilómetro cero.

Porque las grandes compañías pueden sobrevivir perfectamente sin nosotros, pero no es el caso del tendero de la esquina, del librero o de la floristera que se esmera por hacer un escaparate superatractivo cada semana del año para que no solo vayamos a comprarles un ramito cuando toca hacer ofrendas a la Virgen del Pilar.


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Y así en una acción sin precedentes, comercios de todo tipo y de manera extensiva a particulares enfervorizados han adornado las calles de una forma natural, convirtiendo nuestros paseos con mascarilla  en un deleite para la vista e incluso para el ya maltrecho sentido del olfato.

Veo en las flores esperanza de sacar de lo malo, lo mejor. De pronto, imagino una excusa que se alargue en el tiempo y que lo bonito de estos pequeños gestos se extiendan al respecto por nuestro alrededor y que Zaragoza se reconvierta en la ciudad con la que seguimos soñando.