«Nunca tuve arraigo familiar». Es lo que Alberto, un electricista industrial con un currículo nada desdeñable, señala como principal motivo para acabar viviendo en las calles de la capital aragonesa.

Todo comenzó a más de 500 kilómetros de Zaragoza, en Ibiza, donde Alberto trabajaba. «Nos mandaron al paro; el problema es que la última paga la recibíamos en 60 o 90 días», recuerda. Y sin ese dinero, sin arraigo familiar, sin nada que pueda dejarte algo para seguir viviendo, es complicado.

De ahí que Alberto recorriese todos los alberges que encontró entre Ibiza y Zaragoza para poder llegar a su ciudad e intentar recuperar una vida. «La verdad es que Zaragoza es una de las ciudades de España donde más apoyos tienen los sintecho. Está el albergue, San Blas, el Carmen… Siempre puedes tirar de alguien», dice Alberto recordando cuando por fin consiguió llegar a Zaragoza gracias a la ayuda de solidarios y a la caridad.

Pero el día a día en la calle no es fácil, y Alberto se sincera cuando cuenta que en su situación hay muy pocos que puedan considerarse amigos. «No funciona entrar en un comedor con otros amigos, ni fiarte de gente que conozcas en un parque o durmiendo bajo un puente. Cuando un cojo se junta con otro cojo, las cosas nunca salen bien», relata.

Alberto duerme con un ojo cerrado, y otro abierto. No es la primera vez que ha tenido algún problema. «Una vez llegaron unos chavales menores y me amenazaron e insultaron. En la calle eres el vulnerable y no te queda otra que evitar enfrentarte a los problemas. En aquel tenso momento me sacaron una navaja, y recuerdo que el que me la sacó se cortó en la mano… Fue una situación extraña. Tenía mi saco bajo el puente de Tenerías, en el río Huerva, y tras aquello, no volví», reflexiona Alberto.

Desde entonces Alberto prefirió salir de la ciudad, de las zonas habituales, y buscar sitios más aislados para poder dormir al raso con una cierta tranquilidad. «En verano puedes sobrevivir; en otoño o invierno, si no tienes una tienda, un saco, algo para resguardarte, te quedas allí», advierte.

«No me importa andar un poco más para salir de la zona habitual. No soy el único; buscas sitios donde no te puedan molestar, y te vas aislando poco a poco para buscar la paz o la tranquilidad», reflexiona Alberto.

La vida en la calle no es fácil y en muchas ocasiones hay que pedir o buscarse la vida para sacar algo de dinero. «La gente no es muy generosa, y lo entiendo. Creo que sería más útil trabajar como voluntario que echar dinero a un cesto», dice Alberto. En su caso, estuvo días tocando un instrumento que compró de segunda mano para conseguir algo de ayuda. «Me parece más útil, puestos a pedir, dar algo a cambio, no simplemente estar sentado con un cesto para que te echen dinero», sentencia.

UNA SEMANA CADA TRES MESES

Alberto es uno de tantos que hace fila en el Carmen para comer. No se esconde al decirlo. También ha frecuentado el albergue municipal, pero no puede hacerlo todos los días, ya que hay un límite de usuarios y tiempo. «A veces tienes que estar a las 7 de la mañana para poder optar a una plaza durante unos días. Sin embargo, no puedes ir todos los días. Hay un cupo de plazas y tiempo y puedes optar a una semana bajo techo cada cerca de tres meses», relata Alberto.

Y cuando no hay sitio o ya ha cubierto el cupo de plazas, hay que buscarse la vida. «Prefieres ser invisible; no ser visto. Estar pero no estar para los demás. Que no reparen en tu presencia porque el ser humano es cruel y nunca se van a poner en tu lugar», asegura.

Ahora ha conseguido el dinero que esperaba e incluso va a poder cobrar el paro mes y medio. «Con esto puedo vivir en una habitación. Nadie te da nada, así que tienes que vivir con lo que te llega», se sincera Alberto. Ahora va a mandar currículos para ver si encuentra un trabajo. «Soy electricista industrial y tengo otra serie de habilidades. Espero encontrar algo pero ya veremos», añade un hombre que se vio en la calle de la noche a la mañana.

A sus 43 años, Alberto está convencido de que saldrá adelante después de haber sobrevivido a la calle y haber visto cómo es la otra vida del que no tiene nada. «Es difícil porque hay gente que bebe mucho, que está medicada o enajenada… Hay que saber lo que uno quiere y espera de la vida para poder seguir adelante», afirma.