«Cuando la ‘Fina’ se vaya o se muera, se acabó aquí la prostitución», repite una vecina del número cuatro de la calle Diego Castrillo, más conocida por muchos por la calle ‘del caballo’, unos la llaman así por la droga que siempre se ha movido en la zona y otros, esta última teoría más convincente, porque en siglos anteriores los caballeros dejaban en esa calle sus caballos en caballerías para acudir a las tabernas cercanas o al Hospital Militar, que se encontraba en esa zona de la ciudad.

Esta vecina todavía se cruza con Josefina, una mujer del barrio de La Jota que hace años llegó a San Pablo para hacer negocio con el alquiler de habitaciones. Su piso, de una puerta roja acolchada muy identificable y transitable, se convirtió en una referencia desde los años 80 en esta zona de la capital aragonesa.

La ‘Fina’ siempre ha cogido las notas de sus clientes en una libreta pequeña, donde solo ella sabe cómo buscar, quien le debe dinero y quien ya le ha pagado la habitación. Prostitutas de la zona y de otros rincones de la capital iban a su negocio para pasar un rato con clientes. Las había que venían de ciudades limítrofes como Lérida o Navarra; muchas de ellas porque su familia desconocía que ejercían la prostitución y por eso lo hacían en otras ciudades, para no ser vistas o delatadas.

Otras, históricas en la ciudad, eran casi amigas, como La Toñi, que hace tan solo 7 años y con más de 60 en su haber seguía ejerciendo en casa de Josefina. Por 20, 10 ó 30 euros, contaba antes de fallecer por cáncer. Esta ha sido una de las circunstancias por las que el negocio de ‘Fina’ y de otra ‘madame’ de la calle que ya cerró la puerta de su casa, han ido poco a poco a menos.

Más de 40 años después de que esta calle y adyacentes se convirtiesen en un refugio y referencia del negocio de la prostitución, todavía si pasas por esa calle puedes ver algo de lo que entonces fue. Un reducto de los antiguos pisos de alquiler por horas o minutos que Josefina todavía sigue teniendo activos en su casa. «Este es el negocio y en La Jota está mi familia. Hay que separar una cosa de otra. Yo vine a San Pablo por eso pero prefiero mil veces el barrio en el que me crecí», decía hace 8 años en una entrevista en el programa «Unidad Móvil» de Aragón TV.

De aquello queda poco. Esa calle situada a la sombra de la Iglesia de Santiago, a la que se llegaba desde la calle César Augusto cruzando el arco de San Ildefonso. Una pequeña calle de apenas 150 metros con una plaza que lleva el nombre de Andador Nuestra Señora de la Fraternidad. Droga, prostitución, hoy ya es un pequeño recuerdo de la que fue y que deja atisbar lo que puede llegar a ser ahora.

NUEVOS LOCALES, NUEVOS CLIENTES

Lo antiguo no molesta a lo que está llegando. En la Plaza de San Lamberto ya se atisba ese cambio, esa nueva manera de ver las cosas. Lo que fue un foco de problemas para muchos vecinos es ahora lo que les atrae.

Eco tabernas donde poder tomar algo por la tarde y entrada la noche, y justo enfrente, locales de música rock en directo que en verano llenan sus terrazas de jóvenes y mayores que pasan horas hablando y degustando múltiples jarras de cerveza.

Termina una etapa y empieza otra. Los vecinos ya no alzan tanto la voz por delincuencia o droga en esta calle como por ruidos de bares en verano. Lo cierto es que ‘Fina’ siempre ha cuidado de su negocio y de las chicas que hasta allí han ido con clientes. «Aquí no les tocan un pelo, porque sino se las ven conmigo, que soy pequeña pero matona», decía la dueña del único piso en el que todavía quedan luces del pasado. Hasta que ella quiera, decían las vecinas, y visto lo visto, así será.