Al político Belloch, en su época de alcalde de Zaragoza, le funcionó muy bien la estética.

De imagen bien pinturera, hábil comunicador y curtido por los altos y bajos fondos del Estado; en el escenario del consistorio zaragozano le sobraron tablas y carisma para desenvolverse y parecer mejor de lo que fue.

Sin embargo, con anterioridad ya había probado su capacidad de mostrar estéticas poco edificantes al ser ministro bicéfalo de Interior y de Justicia.


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Actualmente, al Juez Belloch, como un representante de la máxima expresión de la Democracia que es el imperio de la Ley, y que debe representar la Justicia, jamás me atrevería a cuestionarle su hacer desde mi distancia y limitación jurídica.

Por respeto y prudencia, tampoco haría públicas mis opiniones sobre la dimensión ética que pudiera percibir en sus actuaciones. Pero considero perfectamente compatible el debido respeto con el asco estético que me produce la contemplación del binomio que han formado el juez Belloch y el imputado Agapito Iglesias.

El político Belloch conoció personalmente a Agapito Iglesias. El Ayuntamiento que presidió el político Belloch era partícipe de la sociedad que fue cliente de Agapito Iglesias a traves de contratos que acaban de ser objeto de juicio.

Ahora, el Juez Belloch juzga y absuelve -la sentencia es lo de menos, o no- a un ciudadano que tiene tanto derecho a un juicio justo como derechos tenemos el conjunto de los ciudadanos que hemos sido representados por la Fiscalía cuyas tesis han sido rebatidas con la sentencia.

«El Ayuntamiento que presidió el político Belloch era partícipe de la sociedad que fue cliente de Agapito Iglesias a traves de contratos que acaban de ser objeto de juicio»

En tiempos de tanta estética, real o impostada, surgen múltiples consideraciones al respecto de tanto swinger que se exhibe como liberal extremo entre lo económico, político o judicial.

Mis amigos «ignorantes como yo» no paran de decirme que vaya vergüenza de estética. Mis amigos juristas no paran de decirme que Belloch debería haberse inhibido en un caso así. Mis amigos más vehementes no paran de decirme que se nos ríen en la cara.

Y yo no sé qué decir, pero sí sé lo que no puedo parar de pensar sobre la estética de un señor experto en bicefalia que se apellida Belloch.

No sé ustedes, pero yo es que no puedo quitarme de la cabeza esa reflexión de mis citados amigos vehementes: los que aseguran que se nos ríen en la puta cara.