Es difícil determinar el origen de los primeros paseos, no obstante, lo que sí que es cierto es que la expansión de este fenómeno urbano estuvo relacionado con los cambios y modos de vida que la sociedad comenzó a vivir al compás del advenimiento de la ciudad contemporánea.

La introducción de zonas de esparcimiento en las ciudades españolas durante los siglos XVIII y XIX se debió a varios a factores, entre ellos, la recepción de las propuestas de embellecimiento urbano, especialmente, del urbanismo francés; la acogida del sentimiento romántico de amor hacia la naturaleza frente al avance de la urbanización; el desarrollo de las Ciencias Naturales; los cambios de ocio de la sociedad; y la necesidad de mejorar la salubridad y la higiene de la esfera pública a consecuencia de la incipiente industrialización.


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Los paseos arbolados fueron las primeras manifestaciones urbanas que introdujeron elementos verdes en las ciudades, y aunque recibieron diferentes denominaciones en unos territorios y otros (arboleda, alameda, paseo arbolado, etc.), así como ubicaciones y formas heterogéneas, todos ellos debían de cumplir los siguientes requisitos: permitir el ejercicio físico y proporcionar sombras y vistas amenas a una población en constante crecimiento y cada vez más alejada del entorno natural.

LOS PRIMEROS PASEOS ZARAGOZANOS

Fue en el siglo XVIII cuando comenzó a fraguarse una nueva conciencia a favor de la introducción de espacios de sosiego en las ciudades, tal fue así que en el año 1749, Fernando VI instruyó a los corregidores y alcaldes mayores para la conservación de las murallas de las ciudades.

De igual modo, ordenó el cuidado de “las alamedas, arboledas que hubiere á las cercanías de los lugares para recreo y diversión se conserven, procurando plantarlas de nuevo adonde no las hubiere, y fuere el terreno a propósito para ello». En 1770, el viajero italiano Giuseppe Barreti quedaba maravillado ante el rico vergel que rodeaba la ciudad:

«A eso del mediodía salí un pie de Zaragoza y disfruté de unos minutos de los bellos paseos públicos sin sus paredes, todos bordeados por hileras de árboles altos y hermosos, que aún no han arrancado sus hojas, aunque el otoño está muy avanzado. Esto puede darte una idea de su clima, uno de los mejores en España»

En 1785, por Real Acuerdo del Reino de Aragón, se instó nuevamente a crear y mejorar los caminos de acceso a las ciudades y los paseos pertenecientes a las localidades del Reino.

Previamente a estos acuerdos, la administración zaragozana ya había intervenido en la mejora de la imagen de la ciudad, de hecho, se conserva documentación desde el año 1756 hasta 1771 que alude detalladamente a los gastos destinados al riego, limpia y plantación de las alamedas de Santa Engracia, Capuchinos, Puerta del Carmen y Macanaz, así como de los caminos de Torrero, Puerta Sancho o Cogullada.

A finales del siglo XVIII también se adecuaron el que partía desde el Monasterio de Santa Engracia hasta la Puerta Quemada, el paseo del Ebro y el propio paseo de Santa Engracia, el cual fue inaugurado en 1783 coincidiendo con la festividad de San Juan.


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Otro de los acontecimientos más destacados de esta centuria fue la traída de las aguas a través del Canal Imperial en el año 1784, pues además de permitir la navegación y el abastecimiento para los regadíos, creó una de las vistas más hermosas de la ciudad, favoreciendo no solo el paseo de los ciudadanos junto a su orilla, sino también la formación nuevos caminos, como los actuales de América y de Cuellar.

LA INSPIRACIÓN PARISINA

Avanzado en el tiempo, se sabe que a principios del siglo XIX se llevó a cabo la tala de un gran número de árboles para facilitar las maniobras bélicas de la Guerra de la Independencia.

A pesar de ello, la presencia de los franceses en suelo aragonés supuso un intento de trasladar las teorías urbanísticas de embellecimiento que se estaban acometiendo en París, como la construcción de paseos arbolados o bulevares.

Así pues, el gobierno francés emprendió la renovación del antiguo paseo de Santa Engracia, el cual debía de iniciarse en la antigua puerta Cinegia, seguir en línea recta hasta la puerta de Santa Engracia y finalizar en las proximidades del río Huerva.

Esta empresa fue continuada por los sucesivos gobiernos que tomaron como modelo la parisina Rue Rivoli de París, creando una vía monumental que adquirió la denominación de paseo de la Independencia hacia 1863, tal y como se refleja en los planos. Fue el paseo más frecuentado y admirado por los zaragozanos.

Plano de la arboleda de Macanaz de Zaragoza, Antonio Berbegal, 1865 / Archivo Municipal de Zaragoza

También, en este siglo muchos de los antiguos paseos recibieron arreglos y dotación de arbolado, como el de Torrero, de San José, de Ruiseñores, el de la Ribera del Ebro, de las Torres, o el del puente de Gállego en el Arrabal. Así como otros caminos vecinales, los de Peñaflor, Juslibol, Castelar, Cartuja Baja o Alfocea.

Igualmente se adecuaron los paseos que formaban la llamada “Ronda de la Ciudad”, los cuales definían el contorno del núcleo urbano desde la puerta de Sancho al Oeste hasta la zona Este de las Tenerías. Para hacernos una idea, la Ronda constituía los actuales paseo de María Agustín, Pamplona, Constitución, Mina y Asalto, y también en las proximidades se encontraba el paseo de las Damas. 

Estos fueron los primeros paseos que Zaragoza contó para el esparcimiento y recreo ciudadano. A partir del siglo XX y a caballo del crecimiento de la ciudad se fueron articulando nuevos viales arbolados que, junto a otros espacios verdes, contribuyeron a enriquecer la tradición medioambiental de la capital aragonesa, tan valiosa, y desafortunadamente apreciada por muchos,  tan solo, en tiempos difíciles.

*Laura Ruiz es Historiadora del Arte de la Universidad de Zaragoza