La periodista Adriana Oliveros lleva años retratando y contando lo que sucede en la sociedad aragonesa. Buena conocedora de cada cambio o impulso social, es una de las personas con un mejor conocimiento de lo que es tendencia en las calles de Zaragoza. Es habitual ver a esta veterana periodista en múltiples eventos de todo pelaje o en actos que le permiten disfrutar las novedades más trending. Y por eso nos cuenta su ruta gastronómica y de ocio por Zaragoza.

*Nota del editor: Este cuestionario se encuentra dentro de una línea de artículos con personajes de la sociedad para poner en valor a la hostelería con el apoyo de AJ CASH.

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Si la gastronomía aragonesa fuera una parrilla de tele, ¿qué elegirías?

(Risas)… Si vamos a usar ese símil, soy muy de hacer zapping. Me gusta probar cosas nuevas siempre, en lo gastronómico y en la vida misma. Y en Zaragoza tenemos una oferta casi inabarcable. Aunque también es cierto que siempre tengo en la agenda algunos lugares refugio, donde lo que busco es la cotidianeidad del escenario, mi propio espacio. 

¿Dónde están esos refugios?

El Plata que, por cierto, fue escenario audiovisual con el Último Show, era para mí un refugio. Lamento mucho que la sala no volviera a abrir tras la pandemia, aunque sí lo hiciera su terraza. Para mí es patrimonio de la ciudad. Últimamente, tengo mi refugio en el Nativo. Todos los miércoles me regalo un vino allí durante media hora. Me llevo la prensa y disfruto. Y lo hago sola. Es un hueco en la agenda que me pertenece. Tiene un ambiente cálido y el blanco que sirven, me encanta.

Si tuvieras que hablar de un lugar de cine…

Me tomaría un café en “La bendita”, ensoñando con ver al actor zaragozano Jorge Usón en “Nuestros amantes”, atender la barra, como lo hacía en la peli de Lamata. Y luego iría paseando hasta el pasaje del Ciclón, haciendo el camino de “Tu ventana a la mía”, de Paula Ortiz, y “Que se mueran los feos”, de Nacho García Velilla, y entraría en El Real para ver desde allí la plaza del Pilar, que es el mayor plató de cine que tenemos en Aragón. Imaginaría la “Salida de misa de doce”, que es una imagen que forma parte de los primeros vestigios de esta profesión. Si esta ruta no existe, propongo crearla. 

¡Se ha dejado por medio todo el Tubo!

Pero es que el Tubo lo reservo por si viene un equipo de productores a ver la ciudad. De hecho, sea cual sea tu barrio, si eres de Zaragoza, el Tubo es como tu otro barrio. Y yo ahí tengo mis debilidades. Me encantaba Pascualillo y sus cigalas de la huerta. Las echo de menos. Aunque me consuelo con la terraza Libertad y con las bravas del 7 golpes. Y con una visita a La Clandestina y a su Cruz de Navajas que, amén de ser una tapa ganadora y creada por Susana Casanovas, mujer que es un fenómeno en la cocina y como emprendedora, me representa como ser algo retro y fan de Mecano (risas). O tomando un café en la plaza de España, cuando el sol acompaña y el cierzo deja de azotarnos las ideas. 

Hablando de los barrios. ¿Alguna recomendación dentro del suyo?

La última producción televisiva que encabecé, desde la dirección y la producción ejecutiva, fue un programa llamado Escapárate, un reality que ponía en valor el comercio de proximidad. Siempre pensé que debíamos extrapolar ese reconocimiento a los bares de tu barrio. Aquellos lugares comunes en los que, conforme entras, saben lo que vas a pedir. Quizás no se ganen la estrella Michelín, pero merecen todos los piropos del planeta, porque te sacan una sonrisa en el café. Y eso, no tiene precio. Además, yo tengo la suerte de tener cerca lugares como el Bandido. Estoy esperando todo el año que sea el mes de las piparras a la brasa. Por la zona, también han lanzado la ruta de Bruno Solano, un juepincho adaptado para chuparse los dedos.

Le robo el testigo y la expresión: ¿plato y local para chuparse los dedos?

Tengo un problema con las alcachofas (risas). Las alcachofas de Montal me vuelven loca. Y las de La Flor de Lis ni te cuento. Intenté no repetirme, porque vi que hay demasiados piropos a Rubén Martín en esta sección, pero es que es un fenómeno. También me gusta el Atípico, por cómo cocinan y por cómo son. Los hosteleros tienen algo especial en su relación con la sociedad.y ellos apostaron por algo tan bonito como el plato de la memoria que recauda fondos para Fundación Neurópolis, que trabaja en investigación sobre Alzheimer (y es una entidad en la cual estoy involucrada emocional y familiarmente). Y, puesto a hablar de pecados, voy a incluir Casa Royo. Es un clásico, ya lo sé. Y todo el mundo pensará en costillas. Pero yo, que soy poco cárnica, aún no me explico cómo les salen esas patatas fritas y esas ensaladas tan ricas. Y mira que llevo año hincándoles el diente.

En lo gastronómico, ¿algún pecado por confesar?

¡Pues que aún no he cenado en Nola Grass ni en el Tajo Bajo! Y eso que he entrevistado a los responsables de uno y otro local. Prometo hacer penitencia este año. Entiendo que el dinero que uno invierte en una noche dedicada a la gastronomía es similar al que uno invierte en el teatro, la música o el cine. Y por eso utilizo el verbo invertir: la cultura siempre te aporta beneficios. 

Siendo madre de dos niños, también tendrá alguna recomendación para disfrutar con ellos.

¡La llegada del Selvatik a esta ciudad ha supuesto una revolución! Y el Dídola, claro. Muchas veces, los locales para niños son sitios donde la gastronomía no está a la altura y estos son otro nivel. Y son espacios que te ofrecen un respiro. Pero también diré que soy partidaria de que vayan a todos los sitios. Me gusta que prueben cosas nuevas, que se integren en conversaciones que no son solo de niños ni de adultos. Creo que es parte de la educación y de su desarrollo emocional. Y me tiran para atrás los menús infantiles. Si el cerebro crece con cada sensación nueva: ¿por qué vas a pedir macarrones con tomate pudiendo probar algo nuevo? Es como si los tuviéramos hasta los doce años escuchando “Soy una taza”. Creo que la gastronomía es cultura, que la conversación es parte del desarrollo. Y me encantan las escapadas con ellos.