A sus 25 años, Javier Comín combina la tradición del campo con los métodos más innovadores. Estudió la FP básica de Agricultura en Movera y después, la superior en Huesca para, más tarde, regresar a su Alloza natal. En esta localidad turolense de la comarca de Andorra-Sierra de Arcos es donde trabaja los campos, junto con su padre y su abuelo. 

Sin dejar de lado sus raíces, Javier quiere incorporar las nuevas tecnologías a su forma de trabajo y la última novedad es el uso de drones. Para ello, se ha especializado en las funcionalidades que estos aparatos tienen en agricultura y espera poder poner en marcha su proyecto Aeripes Drones este verano. Antes de meterse en faena, se ha sacado el carnet de piloto de dron de hasta cinco kilos y también ha hecho un par de cursos en escuelas de vuelo para aprender a procesar las imágenes.

“El uso de drones para el estudio de las tierras rentabiliza las inversiones y sirve para maximizar la producción por metro cuadrado y ahorrar costes”, explica Javier.  «Se puede conseguir una cosecha más homogénea y, en definitiva, sacar más producción con menos gasto«, añade.

Entre otros beneficios, los vuelos permiten conocer el índice de vigorosidad de las plantaciones. Es decir, se puede saber, dentro de una misma parcela, qué zona necesita más fertilizantes y qué otra no mejorará aunque se le aplique más producto.

También se pueden identificar plantas enfermas o afectadas por plagas y aplicar el tratamiento lo antes posible; o realizar predicciones de cosecha comparando los datos recogidos por el dron con el histórico de años anteriores.

Los drones también pueden ayudar al agricultor a distribuir la plantación en una finca. Desde el aire se puede analizar el suelo y una cámara térmica identifica los sectores más húmedos y las zonas más secas, que se pueden usar para poner el almacén.

Además de para el cultivo en sí, esta tecnología aérea se puede aplicar también a la producción de energía sostenible en la finca. Una de las principales utilidades a la que Javier quiere sacarle partido es al control del rendimiento de las placas fotovoltaicas. Esto se materializa, entre otros usos, en que si estas tienen que estar trabajando a determinado número de grados, el dron las puede sobrevolar y, mediante un filtro, marcar todas aquellas que estén por encima de dicha temperatura. De esta forma, se identifica rápidamente qué placas están defectuosas.

Estas y otras funcionalidades son las que Javier va a empezar a aplicar en sus campos previsiblemente este verano. De momento está a la espera de que se resuelva la subvención que ha solicitado al programa Leader, ya que la inversión inicial que calcula es de unos 25.000 euros.

En esta primera fase del proyecto la idea es comprar un dron con cámara térmica, que servirá para analizar el índice de humedad de las tierras o para controlar el rendimiento de las placas solares; y otro con cámara multiespectral. Primero, aplicará los estudios a sus campos y una vez comprobada su efectividad, el plan es comercializar el servicio y ofrecerlo a otros agricultores.

El potencial de esta tecnología aplicada al campo se puede usar casi en cualquier momento del año, ya que depende del tipo de cosecha y de los tiempos de la misma. Para el almendro, por ejemplo, los vuelos se realizarían a finales de marzo, cuando empiezan a sacar la flor. Si se tratara de olivos, sería algo más tarde, en el mes de mayo. En el caso del cereal de invierno, sembrado en noviembre, el momento perfecto para estos estudios con drones sería febrero.  «La clave es estar atento al momento en el que la planta necesita alimento«, resume Javier.

Actualmente, Javier trabaja con su padre y su abuelo en dos tipos de cultivos. Por un lado, el extensivo de cereal de invierno, en unas 200 hectáreas en las inmediaciones de Alloza. Por otro lado, también trabajan olivos en 40 hectáreas y algo de almendro. La prueba piloto se realizará en los terrenos tan pronto como reciba los drones.