La historia criminal de Adil Lazizi, un marroquí que llegó a España con su padre y comenzó viviendo en Barcelona, comienza cuando tan solo era un joven. En 2001, cuando apenas tenía 24 años, cometió un primer crimen del que se autoinculpó presentándose en calzoncillos en una comisaria de policía en Madrid y reconociendo los hechos. Aquella noche, tras una fiesta en una discoteca de Madrid, ciudad a donde había ido a pasar el fin de semana con un amigo, asestó hasta ocho puñaladas a un joven que acababa de conocer, según explicó ante el juez, por celos. 

Varios diarios madrileños recuerdan entonces esta historia de violencia como la de un joven que perdió los papeles al ver que la chica con la que se había quedado a solas en una habitación de la vivienda de su amigo, en el madrileño barrio de Tetuán, se quedaba dormida y no tenía relaciones intimas con él.

De aquel «lo hice por celos, señoría» al «lo siento, no quería hacerlo. El hombre siempre es culpable» que según los testigos pronunciaba el pasado lunes mientras se lo llevaban en una ambulancia han pasado 21 años. De esos 21 años, 19 los ha pasado en la prisión de Zuera. Según fuentes consultadas por HOY ARAGÓN, la ficha de comportamiento de Adil en la cárcel es poco frecuente. Tras tantos años encerrado en el módulo 12, sector penitenciario en el que están los presos que mejor se comportan con sus compañeros y con los funcionarios, es raro no encontrar ni una leve mancha en su historial.

Un perfil de preso modelo que mantuvo durante casi dos décadas y cuando estaba en tercer grado, pudiendo disfrutar de permisos, y a menos de dos años de cumplir su condena por asesinato, decidió cambiar su situación. El día de reyes de 2020, en torno a las cinco de la tarde, no volvió a la prisión de Zuera y decidió desaparecer. En ese momento de convirtió en un preso en busca y captura, orden que dictaminó un juez madrileño hace hoy más de dos años.

BUSCADO…Y ENCONTRADO

Aquí desaparece del mapa Adil, que decide pasar lo más desapercibido posible. El responsable de la mezquita del barrio de San José, donde residía, explica a este diario que nada sabía de su existencia. «Vivo a menos de 100 metros de él y nunca lo vi ni por el barrio, ni por la mezquita», explica. Considera el imán que no era religioso pero también que si estaba en busca y captura, es lógico que no se dejase ver.

Con su segunda víctima, Cristina, dicen los vecinos del número 8 de la calle Alegría que tenía una relación hasta cordial. Incluso se intercambiaban las llaves de casa para permitir entrar a los obreros que estaban realizando obras en el patio, explicaban el día posterior a la tragedia delante de las cámaras de televisión. Pero todo cambió la noche del lunes 29 de mayo. Casi dos años y medio después de desaparecer del mapa, volvió a la escena de un crimen de nuevo con un cuchillo en la mano. En su testimonio ante los investigadores y sus abogados explica que lo ha hecho en defensa propia. Que fue Cristina quien le atacó. De hecho tuvo que ser operado de varias heridas en el abdomen. 

La Brigada de Homicidios tiene ya las pesquisas hechas y las entregará ante el juez para que el detenido no quede en libertad por el evidente riesgo de fuga. Lo interesante será determinar si ese arma blanca que obligaron a tirar al suelo a Adil los agentes de policía, que llegaron primero al lugar de los hechos, es de el propio Adil o de su vecina, como dice él. Los primeros indicios contradicen la versión del presunto culpable. Habrá dilucidar a su vez cómo un hombre que llevaba dos años en busca y captura tras no volver de un permiso penitenciario volviera a asesinar.