Uno mira esta fotografía así, sin contexto o pie de foto, y piensa: «Mira el nini, con el ordenador y el móvil a la vez. Sin hacer nada”. Pues bien, déjenme contarles una historia, porque mirándole pienso que «algo hemos hecho bien».


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Este nini, llamado Alejandro, tiene más cabeza que muchos de los políticos de este país. Y cuatro días antes de que el gobierno decretase el estado de alarma se dirigió a su yaya y le prohibió salir de casa: la confinó por real decreto de nieto.

Le informó que ya sabía que el coronavirus había venido para quedarse y que, en el caso de tener que salir a la calle, lo haría él que tenía más resistencia que ella. Una actitud extensiva a la comunidad de vecinos: ha ido a hacer la compra y a sacar a pasear al perro de la vecina de al lado porque atraviesa dificultades de movilidad (y si tuviera que hacerlo para más gente lo haría).

«Se dirigió a su yaya y le prohibió salir de casa: la confinó por real decreto de nieto»

Este nini, y todos los amigos que le rodean, han acatado la orden de no salir de casa bajo ningún concepto, modificando de la noche al día sus hábitos de conducta. Lo que para ellos era totalmente normal: el instituto, ir a los entrenamientos, ver jugar al Real Zaragoza en La Romareda y salir por ahí con total libertad. Están asombrados ante todo lo que ha estallado, sí. Pero responsables.


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En nuestro caso, decidimos que yo me aislaría del núcleo familiar, ya que he andado mucho más por la calle últimamente por temas laborales, y que aproximadamente iría cada 48 horas para hacerles las compras básicas y a darles besos al aire en la distancia para decirles que todo está bien.

Él me dijo que estaba asustado pero le explique que estábamos ante una situación extraordinaria de la cual teníamos mucho que aprender, cómo nuestros mayores en tras la Guerra Civil, y que no se preocupara más de lo necesario.

Que nuestra prioridad era cuidar de nuestros mayores y que así entre los dos lo haríamos. Como madre es lo único que le pude decir y él obedeció.

Me gustaría entender, entonces, porque yendo hacia allí me encuentro en dos bancos a dos parejas de señores de cerca de 70 años tomando el sol tan ricamente. Como si la cosa no fuera con ellos. Ni mascarillas, ni guantes. Para qué, si total hacía buen día; bien juntos, que no corra el aire que da igual.

«Me encuentro en dos bancos a dos parejas de señores de cerca de 70 años tomando el sol tan ricamente. Como si la cosa no fuera con ellos»

Me gustaría entender que lleva a personas que, juraría que seguro ven la televisión a diario como todos nosotros, y en la cual no se de deja de repetir el mensaje de #quedateencasa, a ser tan irresponsables con ellos y con la sociedad que les rodea (tomando el sol).

Y en cambio toda una generación, como la de mi hijo a la cual todavía le hace falta un poco más de madurez para entender ciertas cosas -hace 18 años este año-, responde arrimando el hombro con lo que se ha de hacer. Quedarse en casa y cuidar a los suyos. Están y asombrados por lo que viven pero sin protestar. 


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Algo hemos hecho bien. Les hemos dado valores, formación y nuevas tecnologías. Como sus teléfonos móviles en las que a partes iguales juegan a la play o pasan el tiempo en Instagram pero a partes iguales se informan y deciden tomar decisiones antes incluso que nuestros gobernantes.

Les hemos dado cariño y el saber ser solidarios con los otros. Ayer llevó al buzón de una persona a la que acababan de comunicar dos casos positivos en su entorno mascarillas de tela para prevención (mascarillas que fabrica la yaya de 77 años porque se quiere sentir útil con lo que mejor sabe hacer, coser).

«Ayer llevó al buzón de una persona a la que acababan de comunicar dos casos positivos en su entorno mascarillas de tela para prevención»

Algo hemos hecho bien, he pensado esta mañana, comparando en mi retina a dos parejas de adultos irresponsables y a un niño de casi 18 años metido en casa sin moverse. Algo hemos hecho bien con esta generación, y estoy orgullosa de ellos, de todos los amigos de mi hijo que me cuentan lo que están haciendo estos días por ayudar.

Y del mío mucho más: valiente, que eres un valiente. Qué orgullosa estoy de ti, Alejandro.

Y qué pena me da la gente que, por ser mayor, se piensa que lo sabe todo poniendo en riesgo nuestras vidas y que no tenemos nada que aprender de la generación del 2002.