Estas semanas en las que tanto necesitamos nuestros valores humanos, reflexiono sobre quiénes son consideradas personas referentes en nuestra sociedad. Para una amplísima mayoría (entre la que me incluyo) Rafa Nadal es el referente por antonomasia.

Es un modelo a seguir por sus valores como persona: su disciplina y trabajo, su perseverancia, su capacidad de sacrificio y superación, su ambición por conseguir sus objetivos, su mentalidad ganadora y sobre todo su humildad y sencillez independientemente del dinero que pueda tener.


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Sin embargo, es esa misma sociedad la que muchas veces desprecia a personas con idénticos valores. Y me refiero, por ejemplo, al caso de Amancio Ortega. Su nombre no evoca los mismos sentimientos de admiración como sí lo hace Rafael Nadal. Hasta cuando generosamente hace una donación le llueven las críticas. Pero, ¿por qué? ¿No es Amancio Ortega un ejemplo de superación habiendo conseguido hacer de su humilde sastrería el negocio más grande e internacional de España?

¿Acaso no es sino con perseverancia y mucho sacrificio como ha conseguido sus objetivos? ¿Acaso no es cierto que gracias a su trabajo emplea a muchas familias y genera una gran riqueza a nuestro país? Lejos del ámbito deportivo, Ortega tiene otra ocupación y calificativo asociado a su nombre: empresario.

A veces, la palabra empresario genera emociones negativas. Muchos pueden pensar que se debe a que se asocia a personas forradas de dinero y eso genera envidia. Independientemente de que eso sea cierto o no, la verdad es que el problema va mucho más allá.

¿No es Amancio Ortega un ejemplo de superación habiendo conseguido hacer de su humilde sastrería el negocio más grande e internacional de España?

Como decía antes, Rafa Nadal es considerado humilde y sencillo y tiene mucho más dinero que el 97% de los empresarios de nuestro país. Entonces, ¿por qué en lugar de admirar a los empresarios los odiamos?

Desde mi punto de vista, se debe a dos causas. La primera, que podríamos denominar herencia de lo que se hizo mal en el pasado. Y la segunda, el desconocimiento del nuevo paradigma empresarial.


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Todos hemos bailado mil veces (yo como una loca, la verdad) la canción “El vals del obrero” de un conocido grupo de los 90’s. Y es que al decir ‘empresario’ seguimos evocando la imagen de un cacique fascista con un puro en la mano manejando como marionetas a sus obreros para llenarse el bolsillo de billetes a su costa, tal y como era la portada de aquel disco de SKA-P.

Evidentemente, con esa imagen, pocos sentimientos de admiración vamos a despertar, más bien lo contrario.

Es cierto que en un momento de la historia (mucho antes de los 90’s, por cierto) gran parte de los empresarios fueron así y que, tras mucho sufrimiento, en toda Europa se realizó una gran lucha para que se reconocieran los derechos laborales; sin embargo, ¿no es cierto que estos derechos están legalmente reconocidos?

¿No es cierto que son exigibles y que si alguien los incumpliera todos estaríamos de acuerdo en que las cosas no se hacen así? ¿Acaso se le denegaría ese auxilio judicialmente si cualquiera lo reclamara? ¿Por qué debemos presuponer que de partida todos los empresarios están en contra de sus trabajadores y son unos explotadores que se saltan la Ley? Desde luego esa imagen no se corresponde en absoluto con el empresario del S. XXI, sino más bien con el del S. XIX.

Y esto me lleva a la segunda causa de por qué se demoniza a los empresarios, que es el desconocimiento del nuevo paradigma empresarial, y es que la imagen que la sociedad tiene del mundo de la empresa dista mucho de la realidad que se vive dentro.

Los empresarios son personas normales que han decidido crear un proyecto en el que se dejan la piel cada día. Son personas humildes que luchan por un sueño. Y claro que tienen que tomar decisiones difíciles y que la economía es una preocupación, pero por encima de todo son eso, personas.


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Y estas personas contratan a otras para remar todos en la misma dirección. Y para ello construyen equipos y los lideran, luchan para que todo vaya bien. Su éxito es el éxito de todos. No existen los dos bandos que nos empeñamos en remarcar.

«Los empresarios son personas normales que han decidido crear un proyecto en el que se dejan la piel cada día. Son personas humildes que luchan por un sueño»

Cuando digo esto muchas personas pensarán que soy idealista y que esa no es la realidad, pero os puedo asegurar que sí lo es. Los empresarios son grandes personas a las que admirar y deben ser los verdaderos referentes para nosotros.

Así comienzo mi primera publicación en esta columna, que no tiene otro propósito que demostraros que lo que digo es cierto, acercándoos la realidad que vivimos los jóvenes empresarios y tratando de que nos conozcáis, para que cambiemos la letra de aquella canción y podamos sentirnos orgullosos de estar entre los empresarios.

*Silvia Plaza Tejero es Secretaria General de AJE Zaragoza.