Ojalá la solución se encontrara en el cierre de la hostelería. No vamos a ningún sitio. Nos quedamos con los amigos más íntimos y la familia en casa. Adiós coronavirus.


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Pero como quedamos en casa, vamos a comprar a una gran superficie, que esas no están cerradas, y nos hacemos nosotros mismos la comida. Y para qué nos vamos a arreglar, si total estamos de andar por casa, pues en chándal mismo, súper cómodo.

Sales a la calle, ves un conjunto precioso en una tienda, pero piensas: ‘total, para qué me lo voy a comprar, si apenas puedo salir, si no puedo quedar ni con mis amigas a tomar un café, tampoco puedo ir de bares y lo de ponerme guapa para quedar con alguien… olvídalo, no vaya a ser positivo y no lo sepa’.

Obviamente, tampoco te merece la pena ir a la peluquería, pero igual pronto te ahorras la disquisición porque en algunas comunidades también las están cerrando.

Entenderse, no se entiende, pues ni camareros ni esteticistas se han quitado la mascarilla ni para respirar, dando sufrido ejemplo de todas las medidas higiénicas que había que tomar y que los clientes, que siempre tenemos la razón, para eso pagamos, nos saltábamos a la torera porque estábamos en nuestro tiempo de ocio.

«Los clientes, que siempre tenemos la razón, para eso pagamos, nos saltábamos a la torera las medidas porque estábamos en tiempo de ocio»

Los hosteleros, como todo el personal de comercio, han estado cumpliendo con toda la normativa sanitaria a rajatabla, no fueran a causarles de ser los culpables de los rebrotes. No, ellos han hecho una inversión increíble para volver a abrir con total garantía, a pesar de todas las pérdidas que habían tenido durante el confinamiento, para que ahora les vuelvan a limitar el aforo y los horarios e incluso a cerrar el chiringuito.


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Y todo ello, básicamente, porque los gobiernos tienen que dar la impresión ante la población de que están tomando alguna medida, aunque justamente los focos de contagio no sean en ninguno de los sectores que están asfixiando.

Pero el problema no lo tienen solamente los hosteleros, ni todos esos sectores de servicios afectados de forma directa o colateral, sino que lo vamos a tener todos.

Porque tenemos que darnos cuenta de que si ni los propietarios de los restaurantes, ni los cocineros, ni los camareros, ni el personal de limpieza, ni las esteticistas y las peluqueras, ni las dueñas de tiendas de ropa con todas sus dependientas pueden trabajar, tampoco tendrán el nivel adquisitivo suficiente como para vivir dignamente; ni muchísimo menos como para poder adquirir otros servicios que probablemente estemos ofreciendo nosotros.

«Hay que tener un conocimiento de la realidad, de la única que las personas de la calle vivimos. Ni la de los datos, ni la burocracia ni el conflicto de ideología»

Es decir, que si tú eres dentista, es muy probable que, ahora mismo, el pequeño empresario que paga el alquiler de su restaurante teniéndolo cerrado y se ha quedado con todo el género ahí parado sin saber cuándo lo va a poder pagar (si es que puede conservarlo), tampoco va a poder ir a ponerse una muela.

Ni al podólogo en el caso de tener callos. Ni muchísimo menos se va a poder comprar un coche, es posible que ni siquiera pueda pagarle el alquiler a su arrendador, que igual vive de su renta y no tiene otro empleo.


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Es más que factible que tenga que declarar el cese de actividad, como ya han hecho muchos hosteleros, y, por supuesto, deje de pagar esos impuestos con los que se mantienen el Estado del bienestar, los servicios públicos, las pensiones, los ERTE, el paro y otras ayudas y subvenciones a todas las personas necesitadas a causa, ya no sólo de la pandemia, sino de otras muchas circunstancias.

Para todo esto hay que tener un conocimiento de la realidad, de la única que las personas de la calle vivimos. No la de los datos, la burocracia y el conflictos de ideología por encima de la salud. Y solo es posible trabajando mano a mano con un sector estratégico que obligado grita «¡basta!».