Hace ya tiempo que la izquierda y los sindicatos mayoritarios abandonaron la calle. Con la que está cayendo, alguna batucada de vez en cuando y poco más. Para eso ya está Manolín el de los camioneros. Se está más calentito en el despacho de Costa 1 o en las universidades. Allí siempre se les ha tratado bien.

Y es allí donde siguen son sus matracas. También en la de Zaragoza, donde, hace unos meses, un Sindicato de Estudiantes propuso a su Claustro “la eliminación de todo vestigio católico”, lo que incluía suprimir imágenes, cuadros o patronos, para que nadie pudiera sentirse “incómodo o no respetado” por motivos religiosos. La moción, ya se pueden imaginar, fue aprobada y el primer afectado ha sido San Braulio, que se ha quedado sin ser su patrono. 

Lo han cancelado; su pecado, ser santo. Si Braulio hubiese sido un investigador de moda, un intelectual woke o, quizá, Almudena Grandes o Labordeta, a lo mejor le dejarían seguir apadrinando aquella Universidad, pero nuestro Braulio, además de ser uno de los principales intelectuales de la España visigoda, fue obispo y santo; y eso, los del Sindicato, no se lo perdonan. Su solo nombre puede ofender a las minorías, nos explican. Ya, digo yo.

¿Alguien cree que los símbolos que hemos heredado tras dos mil años de historia cohiben a las minorías? ¿Estamos hablando de Religión o de Cultura? ¿Está la universidad tomada por piadosos propagandistas católicos, opresores de herejes, acosadores de minorías? ¡Venga ya! Los guardianes de la aconfesionalidad mal entendida, laicistas con fronteras (pues solo ejercen en occidente) regresan con su obsesión anticatólica y creen que, para garantizar la igualdad y la diversidad cultural, hay que suprimir todo vestigio cultural de origen religioso. Suprimir para igualar. Como cuando eliminan la riqueza para que haya igualdad económica. Qué casualidad sean los mismos los que aplican ambas estrategias. Y así nos va.

Quizá el claustro termine sustituyendo el Gaudemus Igitur por el Imagine de John Lennon, creyendo que defender una civilización impide la diversidad y el buen rollo, que es posible una sociedad acultural, nihilista. Pronto descubrirán que cuando una cultura sale por la puerta, otra entra por la ventana. Si a usted le preguntan por qué le repugna, por ejemplo, el trato a los parias en la India o a la mujer en países árabes, la mutilación genital, los matrimonios forzosos, la poligamia o las ejecuciones públicas, seguro que no contestará que porque lo dice la Constitución, un artículo de la declaración de los derechos humanos o la Agenda 2030. No. 

Quizá sea porque hemos sido educados con otros valores. O quizá, sencillamente, porque pertenecemos a una Cultura cuyos valores fundamentales, interiorizados generación tras generación, por gobernantes y gobernados, creyentes y no creyentes, han ido por otro camino. O por ambas cosas, Educación y Cultura son dos enfoques, micro y macro, de una misma realidad, la civilización.

Pero ahora borramos a quienes, como San Braulio, nos han conducido por aquel camino y conforman nuestra cultura. Ignoramos que la cultura es a la sociedad lo que la memoria es a los individuos, como explicaba Kluckhohn. El individuo que pierde la memoria, no sabe de dónde viene ni elegirá a dónde ir, como el pueblo que pierde su Cultura. Si así nos ocurre, que Dios nos coja confesados. Huy, perdón, que eso tampoco se puede decir.