Está visto que lo más miserable de la condición humana no entiende de lugares de nacimiento o residencia. Que la bajeza se reparte, seguramente, de forma proporcional entre territorios. Y que la escasez de sesera no es exclusiva de unas coordenadas u otras.


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Así, cuando por aquí llegan las crecidas, y el Ebro se desborda, arrasando lo que encuentra a su paso, diezma las explotaciones ganaderas y los cultivos ribereños, amenaza el bienestar de las personas, y desde algún lugar del Levante español se elevan voces que aprovechan nuestra desgracia para refrescar trasnochadas reivindicaciones trasvasistas, tirando del torpe lema del «¿no quieren agua?».

Ponemos el grito en el cielo porque resulta despreciable e hiriente semejante monumento a la insensibilidad.

Tan despreciables e hirientes como esos comentarios que, al calor de las redes sociales, se han propagado desde cuentas de aragoneses (son pocos pero gritones), que amparados en una especie de revanchismo, tan ruin como paleto, se han mofado de los estragos que la cruel Dana ha dejado a su paso en Murcia o Alicante llevándose, además, las vidas de siete personas, con comentarios del mismo pelaje.


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Como si para ellos, la vida fuera como un partido de fútbol en el que uno se pueda burlar de los muertos del vecino como quien lo hace de un gol en propia puerta del rival. Como si insultar a quienes lloran ante una cámara tras ver cómo el agua convierte en barro y lodo toda una vida, fuera igual que meterse con el delantero famoso por sus piscinazos en el equipo visitante.

Seguramente usted ya se había dado cuenta. Pero si no lo ha hecho, asúmalo: entre nosotros también hay miserables y tontos con smartphone, y cuenta en Twitter y Facebook.