Dice el refrán que el tiempo todo lo cura, sin embargo hay heridas que se infectan y parecen imposibles de cicatrizar. Ya han pasado más de 80 años desde que concluyera la Guerra Civil española y más de 40 desde que entró en vigor nuestra Constitución, pero parece que nuestro país no lo ha superado del todo. Seguimos pensando, hablando y funcionando como si tuviéramos que defender los dos bandos que en su día dividieron España.


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El bando republicano y el bando nacional han perdurado en nuestro subconsciente colectivo y siguen más en vigor que nunca, con la única diferencia de que ahora les ponemos otros nombres según el contexto: izquierda vs. derecha, rojos vs. fachas, perroflautas vs. pijos…

Aunque no siempre nos atrevemos a decir estos nombres muchas veces juzgamos a las personas por clasificarlas en alguna de estas categorías. El pluralismo es positivo.

No obstante, nuestra sociedad lo ha desvirtuado hasta el punto de que, por sistema, cuando se te identifica con un bando ya estás encasillado y parece que debes hacer lo que se espera de ese rol: no pactar con determinadas personas pertenecientes a otros bandos, defender a capa y espada lo que corresponda aunque no tenga sentido… y lo peor de todo, no cambiar de opinión nunca pase lo que pase porque eso supondría ser un chaquetero, como si evolucionar fuera negativo.

Esto nos aleja radicalmente del sentido común, esta manera de actuar nos divide y nos impide conseguir objetivos. Sin embargo, en todos los retos (y mucho más en los difíciles como los que tenemos actualmente encima de la mesa) trabajar en equipo es fundamental. Dejemos de discutir por lo que nos separa y comencemos a trabajar juntos por lo verdaderamente importante, por aquello que nos une a todos.

«Dejemos de discutir por lo que nos separa y comencemos a trabajar juntos por lo importante, por aquello que nos une a todos»

En este punto es hora de comprender que para que a todos nos vaya bien, resulta de vital importancia que a las empresas les vaya bien. De nuevo, volvemos a identificarnos en bandos que nos clasifican entre empresarios y trabajadores, como si habláramos de dos categorías antagónicas e irreconciliables, como si habláramos de entes anónimos en lugar de personas.

Y es que al final todo se trata de eso: de personas. Ver a la persona que tenemos al lado como perteneciente a un bando es precisamente lo que hace que nos alejemos de ella, que seamos incapaces de luchar juntos para conseguir los objetivos que todos deseamos.


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Las empresas las componen personas en distintos puestos. Todos tienen que realizar su trabajo para que lleguen a buen puerto. Sin empresas no hay trabajo, sin trabajo no se ingresa nada en las familias, sin ingresos no se pagan impuestos, sin impuestos no hay servicios públicos… sin empresas hay pobreza. Para evolucionar como sociedad tenemos que dejar de pensar en etiquetas para conocer a las personas.

Personalmente, no creo en roles, ni en bandos, ni en categorías. Creo en las personas y en lo que cada uno podemos aportar. No va a venir nadie a salvarnos de la situación, somos nosotros los que tenemos que despertar y decidir qué podemos hacer para superarla y triunfar.

Dejemos todos de discutir y de exigir y empecemos a trabajar como un verdadero equipo. Démonos cuenta de que en realidad no existen esas diferencias irreconciliables y empecemos a funcionar como el verdadero país que puede llegar a ser España. Cicatricemos por siempre las heridas del pasado y pongámonos a construir un futuro sólido para todas las personas.