Me considero firme admiradora de Antonio Garrigues Walker, pero eso no es nada especial porque somos muchos.

Lo que es absolutamente especial, es cómo alguien que pasa de los ochenta tenga esa profunda agudeza, esa cabeza preclara y sobre todo moderna y tremendamente libre de prejuicios que lo convierte en alguien mucho más avanzado que chicos y chicas de veinte años.


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Don Antonio tiene una mezcla muy inusual entre la calma, el reposo, la perspectiva que da la edad, y la pasión, la visión, la modernidad y la valentía que parecen propias de la juventud. Es, sin duda, un referente.

Hace pocos días tuve, tuvimos, el placer de escucharle en una charla maravillosa que tuvo lugar en Zaragoza con ocasión de los Premios de Excelencia Empresarial otorgados por el Gobierno de Aragón. A su cargo, corría la conferencia de Honor con el lema “Mujer, talento y Liderazgo”. Y no dio puntada sin hilo.

Yo me considero una nueva feminista, atípica quizá, y me encuentro profundamente reconocida en el pensamiento de Don Antonio, como también me gusta muchísimo el enfoque de Ana Patricia Botín.

«Me considero una nueva feminista, atípica quizá»

¿Y qué os hace a todos vosotros feministas atípicos? Os preguntareis, porque el feminismo es bien antiguo, pues muy sencillo, que abogamos por el nuevo feminismo.

Lo explicaré poco a poco, y con la ayuda inestimable de los dedos que puso con acierto en nuestras yagas feministas o machistas Don Antonio, y también su público. De las primeras cosas que planteó fue que, según estudios en los que él confía, la igualdad salarial entre hombres y mujeres no se produciría hasta dentro de 100 o 150 años.


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Lo primero, me parece provocador y valiente abrir así, y además creerlo, muestra que hay algo que no acaba de funcionar en el antiguo enfoque del feminismo -al que por cierto hay muchísimo que agradecer- que lleva “en marcha” desde el Siglo XVIII. Un poquito.

Gracias al feminismo se han conseguido avances innumerables en las sociedades occidentales y avanzadas: Los más importantes: educación, voto o derecho al trabajo. Pero de un tiempo a esta parte, hay cosas de ese antiguo feminismo no está consiguiendo con nuevos avances significativos. Y esto es así porque los problemas son otros.

Por eso, como decía Don Antonio, en un mundo en el que los cambios tecnológicos, digitales y sociales son vertiginosos, algo resulta sospechoso en el hecho de que para llegar a la igualdad salarial tengamos que esperar 150 años. Y yo tengo una teoría acerca de eso: El antiguo feminismo.

He sido alta directiva de multinacional con equipos de alto rendimiento y facturaciones de escándalo con menos de 30 años y he tenido un hijo a los 35 años, sé de lo que me hablo. Me lo he pasado genial, y he sido muy feliz en mi vida laboral, pero también he experimentado el techo de cristal y he experimentado frustración por vivir en un mundo de hombres.


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Y con toda la lógica, si ellos llegaron ahí antes, pues configuraron la realidad como les iba bien. Yo no los culpo.

Fui madre, y, por circunstancias, renuncié a continuar con mi carrera. Hoy en día me he reinventado, soy súper feliz con mi trabajo, incluso más que antes, sigo aprendiendo y estoy realizada. Pero lo cierto es que el camino ni ha sido fácil, ni ha estado exento de renuncias. No.

Y, ¿qué pasa con el antiguo feminismo?. Pues que se ha quedado anclado en la idea de imitar al hombre y eso a mí no me sirve.

Si ellos votan, votamos. Si ellos tienen educación, nosotras también. Si ellos trabajan, nosotras también, hasta ahí tiene lógica…. Si ellos tienen determinado lenguaje no verbal, pues lo copiamos: ¡Parece fácil este feminismo! Copiar y, de ahí, al infinito.


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Pues no señoras, no es así, claro que no. Primero no es fácil dejar de ser tú para ser otro, y además, no suele salir del todo bien, y por último, no es bueno. 

Yo creo, y lo creo de verdad, que si la mujer hubiera accedido al mercado laboral a la vez que los hombres, y en igualdad, los negocios no se cerrarían en clubes de alterne o en partidos de fútbol, sino que quizá se cerrarían dando el pecho a los críos.

«¿Qué pasa con el antiguo feminismo? Pues que se ha quedado anclado en la idea de imitar al hombre»

Éstos son ejemplos extremos y exagerados, pero unos suceden de verdad y otro no. Y para mí, este hecho tan sólo refleja lo que estoy diciendo. Como decía la canción: ‘It is a men’s world’ y yo añado ‘still it is’ ‘believe it or not’.

No se trata pues, de adaptarse, no se trata de ir corriendo cómo locas intentando llegar a ‘El Dorado’. Se trata, de crear una nueva realidad: de reinventarla.

¿A dónde quiero llegar? Pues a poner en claro que, sin reformas profundas y nuevos enfoques, sin cambios radicales, si las mujeres seguimos intentando “progresar” en un mundo creado por hombres, y para hombres, si seguimos renunciando a valores femeninos fundamentales, habremos perdido la batalla.

Y, además, seguro que hacemos cierto que la igualdad salarial llegara quizá en 150 años… Quizá sí, quizá no. Porque que cuando llevas zapatos de la talla de otro, pues no andas todo lo rápido que podrías… Todo es más lento.


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Antonio Garrigues Walker, en su conferencia de hace pocos días, se mostró ampliamente interesado por temas como la maternidad y, es de sobras conocido, su speach a favor de la ética y la felicidad me encantó.

En un momento de la conferencia, se abrió el micrófono a los asistentes, entonces, una mujer del público, que rondaba los 70, hizo una apología exacerbada y también graciosa a favor de la píldora, que en su generación, fue, según ella, el máximo exponente del feminismo y lo que permitió a las mujeres acceder al mercado de trabajo e igualarse a los hombres.

Don Antonio, elegantemente, cedió el testigo y no contesto a la encantadora señora. Ahí, delante de mis narices, tenía la foto más real del feminismo arcaico y obsoleto defendido por muchísimas mujeres jóvenes (y no ya por esta señora a la que entiendo) que siguen empeñadas aún hoy, en despojarse de algunas de nuestras más profundas características para conseguir la añorada igualdad. Es decir: renunciar a algo importante. A lo que sea.

El nuevo feminismo, al crear una nueva realidad, propone sin complejos los valores absolutamente femeninos y todo aquello que nos gusta a las mujeres y que nos hace la vida más feliz y más fácil, debe incorporarse al mundo laboral y social (sin hacer mal a nadie, claro). Todo.

«El nuevo feminismo propone sin complejos los valores absolutamente femeninos»

Hay ya, en el mundo de la empresa, muchos ejemplos del nuevo feminismo. El creativo: Cómo el Banco Santander ultimaba una medida para volver a contratar a mujeres que dejaron de trabajar por tener hijos. O las medidas emprendidas en el Corte Ingles.

Algunos valores del nuevo feminismo que lo hacen distinto del anterior son la libertad de ideológica, y diversidad, sin eso, no hay feminismo (nuevo) posible. El mundo avanza, y el feminismo también.

En una sociedad cada vez más envejecida, ¿en serio no pensamos que la maternidad es un valor a proteger? En una sociedad en la que la esperanza de vida se alarga más allá de los cien años, ¿en serio no pensamos que las mujeres tienen 30 años de carrera por delante después de los 45?

¿Y que sus 20 años de carrera antes de ser madres la van a tirar con los primeros pañales y nunca más volver?

En serio pensamos que chicas jóvenes con carreras en las que han sido superiores a muchos de sus compañeros y evaluadas en igualdad de condiciones y de trato, van a tener que conformarse con sueldos inferiores y limitadas oportunidades de networking cuando lleguen al mundo de la empresa. ¿En serio?


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Yo creo que no. Y además el nuevo feminismo tiene un puntito masculino que me encanta. Es que es mixto.

El nuevo feminismo también implica un escenario de no oposición frente al hombre, terriblemente más divertido, una posición de complicidad y entendimiento, de conversación en igualdad, valorando nuestras diferencias y ayudándonos mutuamente.

Por siglos, las mujeres, nos hemos entretenido intentado juzgarnos las unas a las otras, dogmatizando sobre lo que somos, exigiéndonos.

El nuevo feminismo, eso sí que lo hacen bien los hombres, no necesita que todos o todas pensemos igual en todo, nos basta con tener algo en común: simpatía, y el deseo de avanzar, como en los negocios.

Tenemos mucho que aprender de ellos y ellos de nosotras. Sin renunciar a nada.