Dice la popular canción que el Ebro guarda silencio al pasar por el Pilar. Pero hoy no está en silencio; pese al estío y a la falta de lluvias, el Ebro ruge entre enfadado y pasmado por la torre de viviendas que se está construyendo en sus orillas junto al Puente de La Almozara.

Un edificio que poco aporta al patrimonio arquitectónico de la ciudad y que tiene como principal aportación impedirnos disfrutar de las vistas del Moncayo desde el Puente de Piedra.


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Siempre he pensado que las vistas desde el Puente de Piedra eran únicas, mágicas… La Basílica, las aguas de padre Ebro discurriendo tranquilas y reflejando el Pilar en su cauce, las vistas del Moncayo nevado en invierno… Unas vistas que encandilan a cuantos nos visitan, y que son protagonistas de miles de selfies de turistas llegados de todas las partes del mundo.

Ahora, estas vistas idílicas desde el Puente de Piedra, nuestra principal tarjeta de presentación en redes como Instagram, se han roto para siempre. Porque por culpa de la construcción de esta torre en la plaza de Europa, nunca más será posible disfrutar de la explosión de color de las puestas de sol con el Moncayo de fondo, o de la espectacular cumbre nevada de este pico que puede verse con claridad en los días claros de cielos azules que nos regala el invierno zaragozano.

Y no es que esté en contra de que Zaragoza vea crecer rascacielos. Al contrario, me apasionan los edificios altos e icónicos, y de hecho, siempre he pensado que a la arquitectura zaragozana le sobraba ladrillo, le faltaba originalidad, y que a edificios como el World Trade Center le faltaban algunas plantas más para ser llamativos de verdad.

El problema de la torre de la plaza de Europa no es el diseño ni la altura, el problema es el lugar elegido para construirla por el alto impacto ambiental y paisajístico que tiene en la imagen de la ciudad. No se trata de frenar la construcción de nuevos edificios, enmarcada en la aburrida lucha entre izquierda y derecha, de ladrillo sí o ladrillo no. Se trata de que lo que se construya, aporte algo, y no destruya nada, tal y como ya dijeron los vecinos de La Almozara.

«No se trata de frenar la construcción de nuevos edificios. Se trata de que lo que se construya, aporte algo, y no destruya nada»

Porque lamentablemente, en esta ciudad tenemos una larga ristra de ejemplos de construcciones que jamás deberían haberse construido por atentar contra el buen gusto estético. Una lista casi tan larga como la de edificios de interés histórico artístico que han acabado bajo la piqueta para ser sustituidos por construcciones que nunca deberían haber visto la luz, como por ejemplo, el derribo de la Universidad de la Magdalena, sustituida por un más que feo instituto de secundaria.

También me vienen a la cabeza los edificios que se levantan junto a la Avenida de los Pirineos, entre el Parque del Tío Jorge y el río, y que al ser construidos se cargaron la vista del Pilar de todos los visitantes que acceden a la ciudad desde la Ronda Norte o desde la Autovía de Huesca (una entrada urbana que recuerdo que en la Facultad, en la asignatura de Geografía Urbana, la pusieron como ejemplar por estar rodeada de zonas verdes, y por tener como telón de fondo, impresionante y siempre visible, la Basílica del Pilar).


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Hoy, esa entrada ya no existe con el encanto de antes por esas burdas construcciones. Por no hablar de los edificios de VPO que se construyeron en la Plaza de San Bruno, en un entorno monumental tan delicado como es el entorno de nuestra catedral.

¿En serio nadie vio cuándo se diseñó ese complejo de viviendas que afeaba enormemente el entorno? ¿No se podía haber elegido un diseño más acorde con el entorno, para crear un espacio de alto interés urbano y turístico, o sencillamente, haber creado una plaza verde que se abriera al Ebro y que integrara en su subsuelo los restos del puerto romano?

Tampoco puedo olvidarme de esos horribles porches que afean el entorno del Mercado Central construidos en los años 90, y que tenía la esperanza de que desaparecieran con la reforma de este histórico edificio.

Al final, se trata de tener una estrategia de ciudad y de tener un poquito de buen gusto. Se trata de ser consciente de que nuestros actos pueden embellecer, o afear el espacio urbano, obligando a las generaciones venideras a convivir con el resultado de esas horribles decisiones.

Se trata, en definitiva, de contemplar Zaragoza con una mirada diferente para realzar los recursos y la belleza de nuestra ciudad, y evitar así tomar decisiones como la de levantar torres que no aportan nada a la hora de crear una urbe cuidada y que mima los detalles.


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Desde luego, hoy ya no podemos hacer nada con esos errores urbanísticos y arquitectónicos que estropean la ciudad (más allá de girar la cabeza para intentar no verlas), pero sí que podemos tomar conciencia de la importancia del urbanismo a la hora de hacer ciudad, y aprender de los errores cometidos para no repetirlos.

Y ahí, como sociedad, todos tenemos una responsabilidad colectiva para decirles a nuestros gobernantes que no todo vale. Que además de necesitar políticos honestos y que sean capaces de gestionar bien, también nos importa la estética porque queremos una ciudad bonita de la que sentirnos orgullosos, una ciudad que sea capaz de atraer inversión y talento. En nuestra mano está seguir construyendo esta ciudad.

*Nacho Viñau es cofundador de La Lola se va de Boda. Escribe en Decoesfera, Ambiente G, Villeroy & Boch y Spain Magazine.