El oro rojo aragonés: un kilo exige tantas flores como llenar seis veces La Romareda

El oro rojo aragonés mantiene viva una tradición centenaria en el Jiloca, donde el desbrizne y el tostado artesanal explican su prestigio culinario.
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El oro rojo aragonés: un kilo exige tantas flores como llenar seis veces La Romareda

Aragón presume de una larga lista de alimentos con prestigio propio: desde el Jamón de Teruel y el Melocotón de Calanda, hasta el Ternasco de Aragón, la Cebolla Fuentes de Ebro o los vinos de Cariñena, Somontano y Campo de Borja. Todos ellos reflejan una vinculación profunda con el territorio.

A esa lista se suma uno de los productos más valiosos y delicados de la gastronomía española: el azafrán del Jiloca, cuya historia, tradición y complejidad en el cultivo lo convierten en un auténtico símbolo de nobleza agrícola.

Una tradición que se exhibe en el Museo Monográfico del Azafrán de Monreal del Campo, donde más de 150 piezas donadas por los vecinos repasan la evolución de este cultivo que ha marcado la economía y la vida social de la comarca.

Un kilo, 187.000 flores: la cifra que revela su valor

La Asociación de Productores de Azafrán del Jiloca estima que se necesitan unas 187.000 flores para obtener un solo kilo de azafrán. Una cifra que, por sí sola, explica por qué esta especia se considera oro rojo.

Cada flor, de apenas 15 centímetros, debe recogerse a mano y al amanecer, cuando mantiene toda su frescura. Se depositan en cestas de mimbre, un método tradicional que preserva su calidad. Pero la faena no termina ahí: comienza el proceso más delicado y artesanal.

Desbrizne y tostado: un trabajo que no admite prisas

Tras la recolección llega el desbrizne, un proceso cien por cien manual en el que se separan una a una las briznas de cada flor. Se trata de un trabajo meticuloso, lento y exigente, donde cada gesto cuenta.

Luego se pasa al tostado, un paso determinante: una fuente de calor controlada permite extraer el aroma, el color y el sabor característicos del azafrán aragonés. Este tratamiento también reduce drásticamente el peso del producto final, contribuyendo a su elevado valor.

El secreto de su calidad no es solo el proceso: el clima extremo del Jiloca, con grandes contrastes térmicos, asegura que la planta desarrolle la intensidad aromática y colorante que distingue al azafrán de Teruel.

Cómo usarlo en la cocina (y perderle el miedo)

Aunque muchos lo relacionan únicamente con paellas o arroces, el azafrán es una especia tremendamente versátil. Aporta carácter a verduras, legumbres, carnes, pescados y también a postres, donde deja una huella aromática cálida y elegante.

Para sacarle todo el partido en casa, conviene tener en cuenta dos formas principales de uso: añadirlo directamente a la receta como una especia tradicional, tras machacar las hebras con un mortero o infusionarlo en agua, leche o caldo para potenciar su color y suavizar su integración en el plato. También en este caso, machacar las hebras mejora el resultado.

Ambos métodos permiten disfrutar plenamente de sus matices sin complicaciones.

Un alimento noble que define a Aragón

El azafrán del Jiloca es mucho más que una especia: es una expresión de esfuerzo, tradición y saber hacer que sigue viva gracias a quienes mantienen este cultivo artesanal. Cada hebra es el resultado de miles de flores, muchas horas de trabajo y una historia compartida por todo un territorio.

Un producto noble que forma parte de la identidad aragonesa y que, gracias a su calidad reconocida, continúa conquistando cocinas dentro y fuera de la comunidad.

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