Si el río corre entre Albarracín y Cella, es gracias a una historia de amor turolense
En el corazón de Teruel, entre los muros rojizos de Albarracín y los campos fértiles de Cella, se esconde una de las leyendas más hermosas y desconocidas de Aragón. Una historia que mezcla amor, desafío y fe en lo imposible, y que tiene como escenario un paisaje que aún hace eco de: "La piedra horadada por el amor".
Según recoge el historiador Agustín Ubieto Arteta en su obra Leyendas para una historia paralela del Aragón medieval (Institución “Fernando el Católico”, Diputación de Zaragoza), el relato procede de las tradiciones reunidas por Tomás Laguía en la revista Teruel (1954). La historia se sitúa en el siglo X, cuando el territorio estaba bajo dominio musulmán y Albarracín era gobernada por Abú Meruán, perteneciente a la familia de los Abenracín.
Un amor imposible
El protagonista era el menor de los hijos de Abú Meruán, un joven valiente y amante de las montañas. Durante sus recorridos por las tierras de su padre, solía visitar Cella, donde era recibido con hospitalidad por el alcaide del castillo. Allí conoció a Zaida, la hija del alcaide, una muchacha de mirada serena que pronto conquistó su corazón.
Entre ambos nació un amor puro, pero imposible. Las diferencias sociales y políticas separaban sus mundos: Zaida estaba prometida a un emir de al-Ándalus, poderoso y ambicioso, mientras que Abenracín apenas era un joven sin fortuna.
El padre de Zaida, al enterarse de su amor, impuso una condición con la intención de disuadirlo:
“Mi hija será tuya cuando las aguas del Guadalaviar rieguen los campos de Cella.”
Una promesa cruel, pues entre Albarracín y Cella se levantaba una montaña inmensa, una barrera natural que hacía la tarea inconcebible. Pero el joven no se rindió.
El milagro del agua
Con la ayuda de su padre y de decenas de trabajadores, Abenracín emprendió una obra monumental: abrir un paso subterráneo a través de la roca para llevar el agua del Guadalaviar hasta los campos secos de Cella. Día tras día, durante cinco años, los obreros horadaron la montaña con herramientas, guiados por el joven.
Y un día, el milagro ocurrió. El agua del río brotó por fin en Cella, cruzando la montaña como si la naturaleza misma se hubiera rendido ante la voluntad del enamorado. La leyenda dice que los amantes se reunieron junto al nuevo manantial y que sus lágrimas se mezclaron con las aguas frescas del acueducto.
El lugar donde culminó aquella proeza es conocido todavía como "La Piedra Horadada", y el acueducto de Albarracín-Cella sigue siendo una de las obras hidráulicas más impresionantes del Aragón medieval. Algunos estudiosos creen que fue el propio Cid Campeador quien admiró su ingeniería siglos después, camino de Valencia.
Hoy, quienes recorren el camino entre Albarracín y Cella aún pueden imaginar la historia oculta bajo sus pies.

