Perfil | Carmelo Bosque, el cerebro silencioso que dibuja el urbanismo de Aragón

Un urbanista que ha sabido entender que el territorio no es un lienzo vacío sino un espacio que debe conectar historia, economía y futuro.

Cuando se recorre el mapa de Aragón y se analiza cómo se ha ordenado el territorio en las últimas décadas —los crecimientos urbanos, la planificación del suelo, las macro infraestructuras, la llegada de grandes inversiones— aparece, una y otra vez, la figura de Carmelo Bosque.

Arquitecto de profesión, funcionario de vocación, político de gestión, su impronta actual como Director General de Urbanismo y Ordenación del Territorio del Gobierno de Aragón es el gran espaldarazo a su dilatada carrera. Una trayectoria que ha sido profunda en diseño, ambición y resultados.

Su forma de entender el urbanismo, durante los últimos diez años en el Gobierno de Aragón, también se notó en el Ayuntamiento de Zaragoza durante varias legislaturas. Empezó con el alcalde José Atarés (PP), siguió con Antonio Gaspar (CHA) y recaló con Carlos Pérez Anadón (PSOE), en los años previos a la crisis financiera del 2008 y donde Zaragoza ambicionaba con ser una ciudad más grande, más moderna y mucho más capitalina.

Su carrera, marcada por la tecnocracia y el conocimiento profundo de la Ley de Urbanismo de Aragón (LUA), ha estado orientada a dotar de seguridad jurídica y eficiencia a la gestión del suelo, aunque no exenta de debates sobre el modelo de desarrollo territorial.

Lo más destacado de su trayectoria, y así lo remarcan todos los que lo conocen, es su transversalidad. Sea con quién sea, y del color político que corresponda en cada legislatura, el respeto y la pulcritud han sido una máxima en Carmelo Bosque. Es más, incluso al revés. Su figura y capacidad ha sido respetada por todos los gobiernos en los que ha estado, desde la izquierda a la derecha.

Precisamente, en el Gobierno de Aragón también 'tocó' todos los palos de la baraja política. Estuvo a las ordenes de José Luis Soro (CHA) y actualmente está con Octavio López (PP). En este último caso, Carmelo Bosque se ha convertido en uno de los hombres de la máxima confianza del consejero actual de Fomento, Vivienda, Logistíca y Cohesión Territorial, Octavio López.

De la arquitectura a la ordenación territorial

Bosque nació en Zaragoza en 1955 y es arquitecto superior por la Escuela Técnica Superior de Barcelona (Universidad Politécnica de Barcelona). Desde muy pronto, su carrera se dirigió al servicio público: en julio de 1983 ingresó como funcionario en la administración autonómica. Su ascenso fue constante y sólido.

La singularidad de Bosque radica en su capacidad para ver más allá del ladrillo y el asfalto. Un enfoque, según testimonios de sus círculos más cercanos en los últimos quince años, que se apoya en tres ejes que definen su obra.

La prioritaria, sin duda, la ordenación estratégica del territorio. Cuentan los que han trabajado con Bosque que entiende el urbanismo no como reparto de viviendas o espacios, sino como infraestructura de futuro para la economía y las oportunidades sociales.

Por ejemplo, ya en el año 2024 impulsó directrices en determinadas zonas 'sensibles', como el Pirineo o el Matarraña, donde se prioricen paisajes, identidad y suelo, ante el desarrollo de las renovables o de zonas residenciales.

Bajo su mandato, detallan varias personas, se han tramitado proyectos de gran escala —como polos tecnológicos, centros de datos, gigafactorías— cuyo éxito exigía un urbanismo casi “industrial”.

En una comparecencia en las Cortes, Bosque ejemplificó su visión: “El Gobierno no tiene comprometido ni un euro para alojamientos de trabajadores” en la gigafactoría de baterías de Stellantis‑CATL, asumiendo que el planeamiento y la logística habían de venir antes. Y que, después, al que le toca asumir las responsabilidades y las obligaciones es al promotor del proyecto. 

Además, ha trabajado junto a los municipios aragoneses que no tienen planeamiento urbanístico, facilitando la elaboración de planes generales simplificados. Uno de los proyectos más transformadores que tuvo que asumir Carmelo Bosque fue la remodelación absoluta de la estación de Canfranc y la zona ferroviaria, que terminó convirtiéndose en un hotel de lujo y un espacio diáfano para visitantes y vecinos de Canfranc.

Lejos de una visión tecnócrata, Bosque ha defendido que la excelencia urbanística pasa por conservar paisaje, recursos y entorno. Durante los años en los que Bosque supervisó la tramitación de normas autonómicas, se aplicaron modificaciones del planeamiento novedosas y -en ocasiones- ambiciosas, así como la aplicación y ejecución de la figura clave de los PIGA (Proyectos de Interés General de Aragón).

Aunque no fue el arquitecto normativo del PIGA, su dirección general de Urbanismo actuaba como eje para poner en marcha las grandes inversiones que ahora dominan el panorama aragonés. En su gestión también supervisó la normativa sobre paisaje, infraestructuras de transporte y suelo industrial, además de los trámites de equipamientos en nodos como Rosales del Canal, Arcosur y otras zonas residenciales de Zaragoza que han crecido de manera acelerada en los últimos años.

Genuinidad y estilo propio

Lo que distingue a Bosque no es solo la función que ocupa, sino cómo la desempeña: con una mezcla rara de pragmatismo, visión técnica y sensibilidad territorial. Según un artículo de La Vanguardia, se mencionaba a Bosque como “un funcionario con visión y jerarquía técnica”. Sus declaraciones públicas muestran una honestidad casi directa.

Porque, según sus allegados, Bosque no se conforma con lo mínimo: su meta es que Aragón haga bien las cosas, para que cuando se mire hacia atrás se reconozca una planificación coherente. A pesar de todo, su gestión también estuvo marcada por debates y dudas desde la oposición u otros organismos.

Entre otros, el urbanismo tecnológico trae consigo retos de sostenibilidad, paisaje, recursos hídricos y compatibilidad con el medio rural. Un extremo que Bosque lo ha reconocido en entrevistas: “la excelencia también reside en los productos locales” y en conservar identidad frente al desarrollo.

Carmelo Bosque no busca protagonismo mediático, así lo remarcan quiénes lo conocen. Su 'obra' se mide mejor en hectáreas ordenadas, planes ejecutados y suelo preparado. Su legado no estará en carteles sino en caminos y polígonos donde se instalen los empleos del futuro. Y lo más importante: en que todos esos desarrollos no rompan con lo que Aragón es.

Como él mismo ha dicho, la clave está en tener “talento, investigación y oficio” para que “podamos crear, avanzar y crecer” desde Aragón.

En definitiva, Carmelo Bosque es un gestor discreto y eficaz, un urbanista que ha sabido entender que el territorio no es un lienzo vacío sino un espacio que debe conectar historia, economía y futuro. En su mano ha estado buena parte del mapa reciente de Aragón: y aunque esos suelos y carreteras no lleven su nombre, lo cierto es que llevan su obra.

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