El primer chocolate del mundo que Hollywood no cuenta: la historia que empezó en Aragón
El cine ha convertido el chocolate en un icono romántico, exótico y casi mítico. Pero hay un capítulo fundamental de su historia que rara vez aparece en las películas: la primera taza de chocolate caliente de Europa no se sirvió en París ni en Roma… sino en un rincón discreto de Aragón, en torno al Monasterio de Piedra, en la localidad zaragozana de Nuévalos.
Mientras Hollywood mira a centros de poder y grandes cortes europeas, los historiadores señalan a este pequeño municipio aragonés como el lugar donde el cacao dejó de ser una bebida amarga de guerreros mesoamericanos para convertirse en el chocolate dulce y espeso que hoy conocemos.
Del xocoatl al chocolate: del Yucatán a Nuévalos
El Diccionario de la Lengua Española recuerda que la palabra chocolate procede del náhuatl xocoatl: xoco (amargo) y atl (agua). En el México prehispánico, el cacao era una bebida ritual, amarga, espesa, asociada a las élites y a los guerreros.
Con la llegada de España al continente americano, aquel xocoatl cruzó el Atlántico en bodegas, cofres y cargamentos, pero su integración en la dieta europea no fue inmediata. Hacía falta algo más que traer los granos: había que adaptar aquel brebaje intenso al paladar del Viejo Continente. Y ahí es donde aparece Aragón.
Según la tradición histórica, fueron unos monjes zaragozanos quienes empezaron a experimentar con el cacao para reducir su amargor y convertirlo en una bebida dulce y reconfortante. Lo hicieron con ingredientes nuevos —miel, azúcar, canela— y con una forma distinta de consumirlo: caliente, espeso y aromático, mucho más cercana a la taza de desayuno que hoy todos reconocemos.
Jerónimo de Aguilar, el monje que probó el cacao antes que nadie
Una de las figuras clave de esta historia es Jerónimo de Aguilar, religioso español que vivió en primera persona el mundo maya mucho antes de que el cacao llegara a los monasterios aragoneses.
Capturado en la península de Yucatán, Aguilar pasó años conviviendo con los indígenas y conociendo sus costumbres, entre ellas el consumo de cacao. A su regreso al mundo hispano, aquel conocimiento se filtró hacia los círculos eclesiásticos, que jugaban entonces un papel central en la difusión de nuevas bebidas, alimentos y técnicas.
No fue una operación de marketing ni un lanzamiento comercial como hoy entendemos las modas gastronómicas. Fue, más bien, un lento proceso de curiosidad, prueba y error, en el que los monasterios actuaron como auténticos laboratorios culinarios del siglo XVI.
Monasterio de Piedra: donde la historia sitúa la primera taza
El escenario central de este capítulo está muy cerca de Nuévalos: el Monasterio de Piedra, uno de los conjuntos cistercienses más singulares de España.
Es aquí donde la tradición sitúa la primera taza de chocolate caliente de Europa, elaborada por los monjes en torno a 1530, cuando el cacao empieza a llegar desde América. Aquellos religiosos, con acceso a las novedades procedentes del Nuevo Mundo, decidieron experimentar.
El resultado fue tan sencillo como revolucionario: tomaron el cacao traído de América, lo trabajaron con miel, azúcar y canela y lo convirtieron en una bebida caliente, suave, reconfortante, muy distinta del brebaje frío y amargo que se consumía al otro lado del océano.
De ese experimento nació algo muy parecido a lo que hoy conocemos como chocolate a la taza, esa bebida espesa que se toma en invierno y que suele ir acompañada de churros, bizcochos o bollería.
De un rincón de Aragón a las cortes de Europa
Lo que empezó en un monasterio aragonés no tardó en despertar interés más allá de sus muros. El chocolate caliente ganó popularidad en España primero entre las élites y después entre una burguesía emergente fascinada por los productos exóticos.
Desde ahí, su expansión fue cuestión de tiempo y de diplomacia. Fueron jesuitas, religiosos y, sobre todo, infantas españolas casadas con reyes y nobles de otros países quienes llevaron el nuevo chocolate a Italia, Francia y otras cortes europeas.
Lo que hoy asociamos a chocolaterías parisinas o salones barrocos vieneses tiene, en realidad, una raíz muy concreta en Aragón, en Nuévalos y en los fogones discretos del Monasterio de Piedra. El pequeño pueblo de Nuévalos está ya incorporado al mapa de la historia gastronómica europea como el escenario del primer capítulo del chocolate caliente en el continente. Cada taza que se sirve hoy en España, cada desayuno con churros y chocolate, tiene su origen en aquel experimento monacal que transformó una bebida amarga en un símbolo de confort y celebración.
Mientras Hollywood sigue contando historias de bombones de lujo y fábricas fantásticas, la verdadera película del chocolate europeo arranca en un lugar mucho más silencioso: entre los claustros del Monasterio de Piedra y las calles tranquilas de Nuévalos, donde Aragón escribió, sin saberlo, una de las páginas más dulces de la historia de la gastronomía mundial.

